Gente corriente

«A veces pienso: '¿Y esta birria se pondrá de moda?'»

Rescatador de muebles y objetos usados. Todo a su alrededor es antiguo. Acepta la entrevista a condición de que no se use grabadora.

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POR GEMMA TRAMULLAS

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Quizá sea la voz de Billie Holiday en el hilo musical o la visión de pilas y pilas de muebles y objetos usados, cada uno impregnado con su propia historia de gloria y decadencia pero, al pasar frente al número 147 de la calle de Bailèn de Barcelona, una fuerza irresistible empuja a entrar a fisgar en Columpiu. Al frente de ese almacén, a medio camino entre los Encants de les Glòries y el Marché aux Puces de París, está Joan, camisa azul y bermudas, trabajando en agosto.

-¡Qué lugar!

-Es como entrar en casa de la abuela, ¿verdad? Hay gente que viene cada día. Vienen a comprar, a mirar como si esto fuera un museo, o sencillamente a escuchar la música.

-Muebles antiguos, música de los años 30, 40 y 50...  ¿Nació usted en la época equivocada?

-Podría ser. Vivo en una casa antigua y tengo una moto y un coche antiguos.

-Ahora entiendo por qué me obliga a entrevistarle a la antigua, con papel y lápiz. 

-En la tienda todo lo hago como antes. Cada venta la apunto a mano en una libreta. Fíjese que los objetos no tienen código.

-Todos llevan una referencia escrita a mano.

-Es el nombre y el número de la calle de donde proceden, la fecha y una descripción.

-Estos objetos con tanto pasado y un futuro por determinar, ¿de dónde salen?

-Me llaman para vaciar pisos y, si veo que el contenido vale la pena, lo hago gratis a cambio de todo lo que hay dentro. A veces me llaman a las pocas horas de que haya muerto la yaya que vivía allí y cuando entro me lo encuentro todo tal cual: dientes postizos, ropa interior…

-¿Qué sensación tiene entrando en la intimidad doméstica de completos desconocidos?

-Una de las cosas que más me choca es encontrar el álbum de fotos que la abuela ha conservado como un tesoro durante tantos años y que los hijos no quieren. Y que venga un desconocido y lo tire a la basura…

-¿Qué hace usted con esas fotografías?

-Las guardo. Soy incapaz de tirarlas.

-¿Según la dirección que le den ya sabe qué va a encontrar en el piso?

-No sé qué habrá exactamente, pero por el barrio puedo hacerme una idea: el Eixample está lleno de estilo valenciano, el típico mueble aparador con un gran espejo y una mesa y sillas con las patas talladas; en el paseo de Gràcia encuentras modernismo, y en la Meridiana hay muchos muebles de los años 50. Son los mismos muebles que los propietarios del Eixample ponían en la habitación del servicio y que ahora están de moda, como las típicas mesas de cocina con alas y patas metálicas.

-¡No me lo  diga! Tiré una hace un par de años porque me parecía un un trasto.

-Cuando viajo a París y Berlín para ver lo que se lleva y lo que se llevará a veces veo cosas y pienso: «¿Y esta birria se pondrá de moda?» Cuando no tenía la tienda tan llena, iba a los Encants y me llevaba todo lo que nadie quería por una miseria. Y lo vendía todo.

«Este lugar es divinamente decadente», tercia Alejandro, uno de los primeros y más fieles clientes de Columpiu. «Soy el único loco que hace esto -añade el dueño-. Quizá hay tiendas que saben más que yo, pero Columpiu es  más popular. Aquí viene desde la yaya que quiere cambiarse el tresillo hasta la pareja de modernos que han estudiado en Londres y que en seguida reconocen el valor de un puf, un aplique o un espejo de los años 60 y 70 ».

-Alguna cosa de Ikea se le ha colado.

-A mí no me gusta, pero hay gente que sí. Yo prefiero tocar cosas antiguas. Me encantaba ir a los Encants a buscar cosas chulas y las iba acumulando en casa de mi madre, hasta que se hartó. «¡Fuera de casa!», me ordenó. Así fue como abrí el primer Columpiu, en el Born, y en el 2007 abrí este de Bailèn.

-Seguro que no puede ir por la calle sin escudriñar cada centímetro.

-Si veo un trozo de madera asomando detrás de un contenedor, ya sé qué es. Una vez me avisaron de que desmontaban una tienda centenaria en la Rambla Catalunya y fui pitando para allá. Había un letrero precioso y le ofrecí al jefe de los paletas todo el dinero que llevaba en el bolsillo: 15 euros.

-Una ganga, visto con el tiempo.

-Siempre se pueden encontrar cosas y la sensación de darle una segunda vida a lo que nadie quiere es muy agradable.