Geometría variable

Vasos comunicantes entre Rivera y Rajoy

JOAN TAPIA

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La primera encuesta publicada tras las elecciones del 24-M (en El País) obliga a reflexionar. Pese a su derrota en las grandes ciudades y a que no está gestionando bien los resultados (Rajoy dice cosas contradictorias), el PP sube 3,7 puntos en estimación de voto y se coloca en primera posición, con el PSOE (que sube menos) pegado. Por el contrario, los partidos emergentes -a los que muchos analistas ríen todas las gracias- bajan. Muy poco Podemos (0,6 puntos), pero queda en tercera posición y pierde 7 puntos desde febrero, su momento de máxima pujanza en esta encuesta. Peor, sorprendentemente, le va a Ciudadanos, que baja 6,4 puntos. En buena parte, por trasvase al PP.

La primera constatación -la empresa responsable de la encuesta, Metroscopia, predijo bien el resultado de Madrid y Barcelona- es que hay una alta volatilidad electoral. Gente molesta con el talante exclusivista del PP, cansada del bipartidismo, que se interesa por los emergentes, pero que no se acaba de fiar. Es precipitado dictaminar, pero puede que un sector del electorado esté virando hacia la desconfianza. Pensarían: no huyamos de Guatemala para ir a Guatepeor. Solo así se entiende que Ciudadanos haya caído 6,4 puntos y con el 13% de estimación quede ahora descolgado de los otros tres partidos.

Albert Rivera, cauteloso, no se ha equivocado, mientras que en el PP hay ruido y desorden. Quizá el voto de centroderecha que, irritado por la miopía del PP, se inclinaba hacia Ciudadanos el 24-M haya cogido miedo ante la llegada al poder de una izquierda poco rodada en las grandes ciudades (Ada Colau en Barcelona, Manuela Carmena en Madrid, Podemos en Zaragoza y Compromís en Valencia).

Algo de esta encuesta (o de alguna otra similar) debía de saber el Gobierno cuando el viernes tanto Rajoy como la vicepresidenta atacaron con virulencia al PSOE por los pactos con Podemos. Rajoy habló incluso de «pentapartidos», una vuelta de tuerca al ataque de Mas al tripartito catalán. Los países suelen estar divididos en dos mitades: los que prefieren el orden, que acostumbran a votar a la derecha, y los que priorizan el mejor reparto de la riqueza, que se inclinan por la izquierda. Pero si la izquierda gana con programas poco experimentados (o que parecen radicales) genera una reacción de signo contrario. La alegría de los partidarios de Colau o Carmena puede haber provocado temor en votantes de centroderecha.

Las críticas al radicalismo y a las alianzas del PSOE son poco creíbles. Máxime cuando hace semanas que el PP no cumple en Andalucía su principio de respeto a la lista más votada. Decir, como ha hecho Sánchez-Camacho, que el PSOE ha perdido todo sentido de Estado suena a tomadura de pelo, porque el PP no reconoció esta cualidad ni siquiera a Felipe González (cuando gobernaba). Quizá el caso más discutible es Badalona, donde el PSC votará una candidatura próxima a las CUP contra García Albiol, que llegó -destacado- el primero. Es un riesgo alto, pero la campaña de Albiol (más que  su gestión), hablando de «limpiar la ciudad», lo hacía casi inevitable.

Pero Pedro Sánchez y Miquel Iceta deben ser fríos. Rajoy ya se ha lanzado a jugar con el miedo al barullo y lo hará -como hace a menudo el PP- con brocha gorda. Quiere taponar sus fugas a Ciudadanos porque cuanto más suba Rivera, más posible es que el PSOE sea el más votado en las generales. Si quiere ganar, Sánchez debe vigilar que los pactos locales con Podemos -lógicos- no comporten ingobernabilidad, porque en ese caso se le volverían en contra. Y la exigencia de inflexión en la política económica debe ser razonable. No vale la cómoda enmienda a la totalidad. Estamos en el euro y no podemos circular por vía distinta a la europea. Lo que ahora pasa en Grecia nos lo recuerda.