Los jueves, economía

Ustedes son formidables

La carga de humanidad de la crisis la sostienen ahora muchas personas, empresas e instituciones

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ANTONIO ARGANDOÑA

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Ustedes son formidablesera un programa de la SER que presentabaAlberto Oliverasy que algunos escuchamos frecuentemente desde los primeros años 60 hasta el final de la transición. Me ha parecido un título bueno para dedicárselo a los españoles en esta época de crisis económica, social y política. Hay muchos españoles formidables. A menudo, cuando mis artículos son optimistas (casi siempre), algunos lectores me hacen llegar comentarios airados. Quizá piensan que mi optimismo está infundado. O lo entienden como un elogio al Gobierno (que no lo es). O les parece que nos distrae de la tarea reivindicativa, que sigue siendo el lema de algunos partidos. Por eso quiero dedicar mis elogios al conjunto de los ciudadanos: la carga de humanidad en esta crisis la están sosteniendo muchas personas, empresas e instituciones.

LOS ANGLOSAJONES utilizan la palabraresiliencepara reflejar la capacidad de resistencia, de aguantar sin romperse, de flexibilidad y adaptación. Me parece que la economía española tiene una notable resiliencia. Por eso soy optimista. Primero, son resilientes las familias que se han apretado el cinturón, que ayudan a los hijos en paro o a los abuelos a los que no llega la pensión o la ayuda a la dependencia, y que echan una mano a los vecinos con problemas o a las oenegés que atienden situaciones de pobreza, hambre o desahucios. También son resilientes muchas de nuestras empresas, sobre todo esas pequeñas y medianas que aguantan con una demanda cada vez más floja, sin crédito y con impuestos crecientes. Que han hecho un esfuerzo extraordinario para exportar, manteniendo en marcha el único motor del crecimiento que nos aguanta. Que han abierto nuevos mercados, de modo que casi la mitad de nuestras exportaciones van dirigidas a mercados que, como los emergentes, no eran los habituales de nuestro país en los últimos años. Y que son capaces de mantener su producción cuando el crédito se ha hundido, la morosidad se ha disparado y los impuestos han subido.

Son estas empresas, con sus trabajadores y directivos, las que nos sacarán de la recesión. Seguimos teniendo un tejido empresarial sólido y diverso, al menos en algunas zonas del país. Nuestra mano de obra es cualificada, eficiente y colaboradora, y trabaja muchas horas, más que el promedio de la UE. Eso es lo que está detrás del crecimiento de nuestras exportaciones, porque no competimos gracias a los salarios bajos, sino a la tecnología, la innovación, el servicio y el buen hacer de todos. Tenemos también un entramado de instituciones, asociaciones y oenegés muy resilientes, muchas de las cuales ya estaban actuando antes, mientras que otras se han creado ahora o se han puesto las pilas para estar a la altura de las circunstancias. Que no son sino el reflejo de aquella ciudadanía que actúa no solo en la familia y la empresa, sino también en la sociedad civil, ayudando en unos casos, alzando la voz en otros, canalizando de un modo u otro la solidaridad.

También deberíamos repartir críticas, pero aquí me he propuesto hablar solo de lo positivo. Lo que he explicado antes muestra que en nuestra sociedad, a pesar de su carga individualista, seguimos teniendo mucho de lo que se llama ahora capital social, desarrollado a partir de los vínculos que forman las redes familiares y sociales, vínculos portadores de capacidad para cooperar, que ejercen una influencia positiva no solo entre sus miembros, sino también fuera de ellos, y que generan confianza y capacidad de cooperación. La primera fuente de ese capital social es la familia. Luego están la escuela, las instituciones religiosas, las empresas y las comunidades de trabajo y las asociaciones e instituciones voluntarias, todas las cuales son receptoras y transformadoras de capital social, generando nuevo capital o destruyendo el que han recibido.

NECESITAMOS una reflexión profunda sobre ese capital social. Porque no cabe duda de que detrás de su caída en las últimas décadas están los fallos morales que han aflorado durante la crisis, la pérdida de confianza en sectores enteros de nuestra sociedad, los costes sociales que ahora sufrimos y la pérdida del sentido humano de la economía, dominado por lo que se ha dado en llamar la financiarización de la actividad productiva. Y, al final, pero no porque sea menos importante, el deterioro del sentido de la política, que tendría que ser factor de cohesión de los ciudadanos y que no está cumpliendo su función social.

¿Me ha salido un final más pesimista de lo que anuncié? No, porque, como ya he dicho, nuestra sociedad tiene todavía la resiliencia que le proporciona el capital social adquirido. Pero lo podemos perder, a no ser que esos ciudadanos formidables de que hablaba al principio sean capaces de mantenerlo y acrecentarlo. Y esa es tarea de todos. Profesor del IESE. Cátedra La Caixa.