¿Unos nuevos luditas?

Carles Campuzano

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Hace pocos días hablaba con un brillante periodista, que hoy también es emprendedor de éxito en el campo de la comunicación, y me contaba que nuestras generaciones estamos a punto de convertirse en unos nuevos luditas: el cambio tecnológico destruirá más empleo que no se crearán nuevos; el paradigma que afirma lo contrario, o sea que como resultado del aumento de la productividad de los trabajadores que implica toda automatización, éstos tendrán más ingresos que permitirán adquirir más servicios y productos que crearán más empleo, no se repetirá a corto plazo. La prueba del nueve de esta idea sería el estancamiento salarial de los últimos años en todo el mundo avanzado y la creación de puestos de trabajo precarios y mal pagados en buena parte de las economías más modernas.

Vale la pena que rumiemos, porque mientras continuamos enfrentándonos a un paro masivo, consecuencia del estallido de la burbuja inmobiliaria, agravado por el 'crash' del crédito a las empresas y para la política de austeridad impuesta por la ortodoxia económica imperante en la Unión Europea, en la esquina nos espera este nuevo choque sobre el empleo. Se trata de los efectos que la nueva ola de innovación tecnológica ha provocado y provocará aún más en el mercado de trabajo.

No se trata, evidentemente, de un fenómeno nuevo ni reciente. Ha sido una constante de la historia el hecho de que la tecnología ha destruido empleos y empresas a la vez que creaba nuevos negocios y nuevos puestos de trabajo.

El impacto destructivo de la nueva ola tecnológica, con sus robots, supercomputadores, drones, impresoras 3D, open source, el 'Big Data' y los negocios disruptivos que emergen a su alrededor tiene un alcance sin precedentes.

Según la Universidad de Oxford, que ha dividido la economía mundial en 702 sectores en relación a su proclividad a la informatización, un 47% de los trabajadores actuales tienen una alta probabilidad de que sus puestos de trabajo se automatiza durante los próximos 20 años.

Sectores como el transporte aéreo y por carretera, los trabajos de carácter administrativo, pero también el turismo, la salud, el derecho o la educación serán profundamente transformados. Ya no será sólo una cuestión del sector manufacturero, sino que el conjunto de la economía mudará.

El reto político es descomunal, sobre todo si queremos que la transición hacia esta nueva economía digital no acentuar las desigualdades sociales, la fragmentación política y la inestabilidad asociada al paro masivo.

Pues sí, mientras nos esforzamos en crear nuevos puestos de trabajo y disminuir el paro de los jóvenes y los más maduros, reducir la precariedad laboral o la sobrecualificación por la falta de buenos empleos para nuestros graduados, es imprescindible situar en el agenda política, la necesidad de que esta transición sea justa. Una transición justa que significa, entre otras cosas, acompañar a las personas en este camino y repartir de forma más equitativa las ganancias de los aumentos de la productividad. Un debate muy político sobre el tipo de sociedad que queremos.

En este sentido, el papel de los gobiernos y los estados será crucial. De nuevo, las cuestiones de la fiscalidad, las políticas de formación y empleo, los vínculos entre el sistema educativo y el mercado de trabajo y el apoyo a la adaptación de los negocios a los nuevos escenarios tecnológicos serán imprescindibles en cualquier planteamiento. Y sería razonable creer que todo debería emmanrcar en un nuevo modelo de relaciones laborales entre empresarios y trabajadores, muy flexible pero también muy socialmente responsable.

En cualquier caso, conformarnos en ser los nuevos luditas es toda una invitación a la desesperanza que a la vez pone en riesgo la democracia