Pequeño observatorio

Unos matan y otros ejecutan

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Como el lector sabe, en una zona asiática muy extensa, vecina de Europa, hay unas terribles explosiones de violencia y una cantidad de muertes y de asesinatos que va sumando miles. Se habla cada día de estos desastres en países como Siria e Irak, que se producen en la modesta distancia del destino de muchos aviones europeos que transportan turistas.

En cierto modo, el continente euroasiático se está resquebrajando. Pero no quería hablar de esta tragedia colectiva y mortífera sino de la decisión de morir. La aceptación de la muerte legal. Si no me equivoco, hace años que en Estados Unidos se produjo un hecho excepcional. Un asesino, con pruebas concluyentes, fue condenado a muerte. El asesino aceptó la condena. Hasta aquí nada extraordinario.

Lo más sorprendente es que, después de la confesión del asesino, la justicia comenzó a buscar motivos para no tener que ejecutar la sentencia. Sé que alguna autoridad de la Iglesia proclamó que nadie tenía derecho a reclamar el fin de una vida. Por tanto, el condenado no tenía derecho a reclamar que lo mataran.

Encendidas controversias

No recuerdo cómo concluyó la polémica, que despertó las más encendidas controversias entre teólogos y moralistas. Porque el criminal creó un inesperado problema. No se defendía y no buscaba estratagemas legales. «¿No habéis decidido que me tenéis que matar? Pues está muy claro. ¿No me habéis condenado moralmente y legalmente? Hagan el favor de cumplir su deber».

No recuerdo si se llegó a cumplir o no la sentencia de muerte. Y no sé qué influencia en la decisión podría tener el lenguaje. Es decir, una sola palabra: matar. Por alguna razón, la palabra que se utiliza en estos casos no es matar, si es posible evitarla. Se dice en su lugar ejecutar. Cuesta mucho admitir que algún juez diga, cuando dicta la sentencia, «hemos decidido matarlo».

A los toreros se les llamaba matadores, que es muy feo. Ejecutivo, en cambio, viste mucho.