El universo no ha empezado

Probablemente estamos aún dentro del auténtico 'big bang' y no nos enteramos. Al estar metidos en el meollo, en esa sopa densa que dicen los físicos, somos incapaces de percibirlo.

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JUAN CARLOS ORTEGA

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Los científicos siempre nos hablan del principio y del fin del universo. A nosotros, simples aficionados a estos temas, nos fascinan ambos extremos. Nos imaginamos situados en un terreno intermedio entre la creación del cosmos y su destrucción final. Son dos acontecimientos que nos llenan de estupor; el primero por incomprensible y el segundo por angustioso.

Como el universo nació hace ya muchísimo tiempo, damos por supuesto que debe estar ya bastante formado. Nada que tenga casi 14 mil millones de años puede andar a gatas todavía. Si hiciéramos una analogía humana, nos lo imaginaríamos como una persona de cincuenta y tantos, canosa, con un sólido pasado y muchas historias que contar. Pero, ¿por qué estamos tan seguros de eso? ¿Y si todo esto no hubiera hecho más que empezar? Es más, ¿y si el universo, propiamente dicho, aún no hubiera comenzado?

Piensen un momento en ello: las galaxias, los miles de millones de estrellas, los planetas, nosotros mismos con nuestras vidas, nuestros sueldos e hipotecas, nuestras amistades, novias, exnovias, padres e hijos, todo lo que existe, tal vez no sea más que el preámbulo de lo que va a ocurrir cuando las cosas empiecen de verdad.

Siempre que los físicos teóricos hablan del origen del universo, lo describen como una sopa densísima llena a rebosar de fotones chocando alocadamente con partículas elementales. Todo muy desordenado y espeso. Esa es la imagen de los primeros segundos tras el big bang, el universo bebé que nos describe la ciencia moderna. Luego a todo eso le dio por expandirse y empezaron a formarse estrellas con el hidrógeno que amontonaban. Más tarde las galaxias, los planetas y, al menos en el nuestro, formas de vida que, si las miras fijamente, resultan aterradoramente extrañas.

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Pero tal vez el universo embrionario sea el de ahora, este en el que habitamos y que debido a la maldita brevedad de nuestras vidas lo imaginamos erróneamente antiquísimo. Probablemente estamos aún dentro del auténtico big bang y no nos enteramos. Al estar metidos en el meollo, somos incapaces de percibirlo. Quizá dentro de miles de millones de trillones de años, la evolución cósmica hará que aparezca el universo de una maldita vez, y surgirá también la vida, la de verdad, la chula, la que molará vivir, y no esta a la que nos agarramos porque no tenemos otra con la que comparar. Entonces, los científicos de esa futura época hablarán de este cosmos nuestro de ahora, con sus galaxias espirales, sus planetas, sus personas, sus cordilleras, sus ciervos y sus rascacielos, como nosotros hablamos de los primeros segundos tras el big bang, como un caos atolondrado y espeso donde casi nada termina de entenderse muy bien.

Ojalá sea así. Me encantaría por nuestros descendientes, a los que deseo una vida de verdad, sin enfermedades ni muerte, y no esta que, bien mirado, tampoco es que sea nada del otro mundo. Lectores de EL PERIÓDICO, de verdad les digo que el universo aún no ha empezado. Estamos todavía en la sopa primordial, donde nada se entiende y las ecuaciones chocan entre sí formando incómodos infinitos. Aún no hemos salido de esa singularidad en la que los físicos se quedan angustiosamente estancados, haciéndose la picha un lío, mientras esperan la llegada de otro Einstein que les deshaga el nudo con elegancia.