El gran reto de la enseñanza superior

La universidad y los emprendedores

Los centros que no apuesten por el talento y las nuevas tecnologías se convertirán en irrelevantes

JAVIER GARCÍA MARTÍNEZ

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Algunos ven con recelo la apuesta que ha hecho la universidad en los últimos años por el emprendimiento, incluso entendido como herramienta de transferencia tecnológica, porque consideran que la aleja de sus tareas fundacionales, esto es, la docencia y la investigación. Cabría preguntarse, sobre todo ahora que los recursos son tan limitados, si la universidad debería apoyar el emprendimiento o centrarse exclusivamente en sus tareas tradicionales.

Emprender desde la universidad es uno de los lemas que ha decidido impulsar el Ayuntamiento de Barcelona dentro del Novum 2015, el festival de ciencia, tecnología e innovación. De las presentaciones y debates que se celebran estos días emerge una conclusión unánime: que las universidades que apuestan por el emprendimiento son también las que destacan en docencia y en investigación. Desde Stanford hasta el Instituto Tecnológico de Massachusetts, de Oxford a Harvard, las universidades líderes de todo el mundo se han convertido en los últimos años en enormes generadoras e incubadoras de emprendedores, a los que proveen del espacio, los medios y los servicios necesarios para que sus proyectos nazcan, se desarrollen y salgan de la universidad convertidos en spin-off.

Muchos de los jóvenes que se han acercado a Barcelona esta semana para participar en el Novum 2015 insisten en que favorecer el emprendimiento desde la universidad no resta sino que suma a la calidad de la docencia y de la investigación. La docencia mejora porque los profesores conocen los aspectos prácticos de lo que enseñan. Gracias a su experiencia práctica adquieren conocimientos de primera mano que de otra forma no tendrían. Y es que no hay mejor forma de enseñar que mediante el ejemplo. Los alumnos demandan profesores que hayan vivido -y no solo aprendido- lo que enseñan. El emprendimiento crea un círculo virtuoso en la universidad. Una enseñanza más práctica fomenta que los estudiantes sean más emprendedores, creando un ecosistema donde se aplica lo que se aprende y se comercializa lo que se descubre.

No es casualidad que estas universidades sean también las mejores en investigación. Los científicos que trabajan en sus laboratorios realizan investigaciones más arriesgadas y con la vista puesta en su aplicación. Además, es más fácil atraer financiación cuando quien pide el dinero tiene una trayectoria de éxito en la comercialización de sus descubrimientos. La forma de trabajar propia de un emprendedor -esto es, con objetivos y plazos- es también extraordinariamente efectiva a la hora de llevar a cabo una investigación arriesgada en la frontera de la ciencia.

Como tuve ocasión de comentar en la inauguración del Novum 2015 en el Saló de Cent, un ejemplo del espíritu emprendedor de estas universidades es que fueron las primeras en poner sus cursos gratuitamente en internet, dando lugar a los MOOC (cursos on line masivos y abiertos, en sus siglas en inglés). Uno podría pensar que las universidades más prestigiosas serían las últimas en poner toda su oferta educativa en la red. Sin embargo, fueron las primeras en arriesgarse; y es que las mejores universidades del mundo no solo favorecen el emprendimiento sino que son netamente emprendedoras, innovando y asumiendo riesgos que otras luego copian, lo que consolida su posición de liderazgo.

La combinación de docencia e investigación es la base de la universidad porque asegura la calidad, actualidad y rigor del aprendizaje. Pero si el profesor además es emprendedor, será capaz de inspirar, animar y enseñar a los alumnos otros contenidos, habilidades y actitudes que hoy no son frecuentes en las aulas. Por otro lado, parece natural que la universidad sea uno de los motores del emprendimiento, ya que en sus laboratorios se llevan a cabo numerosos descubrimientos, muchos de ellos susceptibles de ser comercializados.

En muchos casos se propone replicar los modelos de éxito, crear un nuevo Silicon Valley, pero, claro, sin las personas que lo hacen posible. No son los edificios, ni los siglos de historia, sino las personas las que hacen las universidades, y sin ellas ningún cambio es posible. El inmovilismo no es una opción. Existe un riesgo real de que las universidades que no apuesten por el emprendimiento, las nuevas tecnologías y el talento se conviertan simplemente en irrelevantes. Y si bien es cierto que se requieren muchos más recursos para poder competir en primera división, se puede hacer mucho con los medios y personas con las que contamos hoy. El futuro de nuestras universidades depende fundamentalmente de aquellas personas que trabajamos en ellas.