La actualidad de un viejo género
Una de zombis
Barcelona nos lo dijo el otro día en el cementerio de Montjuïc: cuidado, los no vivos se revuelven
Javier Pérez Andújar
Escritor.
JAVIER PÉREZ ANDÚJAR
Nos han mordido los zombis y lo que parecía una democracia se ha convertido en una larga noche de los muertos vivientes. Quien esté libre de la infección que tire el primer harapo. Nunca se sabe cómo empezó, cada experto tiene su teoría. El caso es que un día salieron de sus tumbas los primeros muertos y empezaron a andar a trompicones entre los vivos para devorarlos. En 'No profanar el sueño de los muertos', Jordi Grau eligió un pretexto medioambiental, la contaminación. Eran los años 70. Los conservacionistas hablaban tanto de nichos ecológicos que despertaron la curiosidad de los moradores de otros nichos.
Pero todo había empezado antes por obra y gracia de George A. Romero. Hasta él, los zombis eran criaturas de campo, de islas exóticas, y con su cine se convirtieron en seres urbanos. En nosotros mismos. Así se adueñarían los zombis de las ciudades, de la vida moderna, de la cultura. El italiano Lucio Fulci puso Nueva York bajo el terror de los zombis. Como en la canción de Leonard Cohen, primero tomarían Manhattan, y en ella entraban sangrientos, andando despacio por el puente de Brooklyn (todo lo contrario de como iban al trabajo los mineros en 'Qué verde era mi valle').
Las ciudades nos hablan, están vivas como nosotros, y más que vivir en ellas convivimos con ellas. Barcelona nos lo dijo el otro día en el cementerio de Montjuic: tened cuidado, los muertos se revuelven. Es un juego de palabras, y ya lo había hecho antes del verano el 'Ajoblanco' para anunciar su regreso: su revuelta. Aunque parezca que vivamos tiempos de revolución, se trata más bien de tiempos revueltos, con la domesticidad y la hartura que tiene un plato de huevos revueltos.
Nos lo estaba advirtiendo la tele, el viejo oráculo. A lo que la serie llamaba «tiempos revueltos» era una sórdida dictadura. Pero a los zombis no les pasa como a la serie ni como a aquel dueto de <strong>Ana y Johnny</strong>. Los zombis no necesitan amar. Ni comer. Su morder es para crear nuevos zombis. La diferencia entre un no muerto y un no vivo, entre un vampiro y un zombi, es de clase.
Metáfora y simbolismo
No ha habido metáfora de nuestra sociedad de masas más certera que esas películas de zombis. Basta con fijarse en las ropas que llevan para comprender que su simbología sirve tanto para un roto como para un descosido. El totalitarismo ciego en que vivimos nos ha transformado a todos en zombis. En todas partes nos acusamos unos a otros de lo que tememos ser o quizá de lo que ya somos. Y cuando aparece alguien vivo, la jauría de muertos se arroja sobre él para convertirlo en uno más, en uno de los suyos.
Algunas películas ya nos pusieron en lo peor, hay unas cuantas donde no se salva nadie, ni siquiera la chica. Pero pocas veces se muestra en una peli el punto de vista de los zombis, y siempre se queda uno pensando cómo se considerarán estos. ¿Recordarán que están muertos o creerán que están vivos? ¿Habrá zombis que, conscientes de que viven en un mundo de zombis, se lo digan a los suyos? Puro escalofrío.
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