Análisis
Una tormenta perfecta
Quizá el valor simbólico de que un negro ganara las elecciones fue sobreestimado. La herida interracial sigue abierta en EEUU
Pere Vilanova
Catedrático emérito (UB).
Pere Vilanova
Una vez más Estados Unidos tiene que enfrentarse a una de estas tormentas perfectas que le recuerdan los aspectos más polémicos de su pasado y su herencia. La muerte del joven Michael Brown, acaecida hace unos meses, ya desencadenó en su día una serie de altercados y manifestaciones de una extrema violencia. Ahora, el resultado de un Gran Jurado decidiendo que no había suficientes pruebas para incriminar al agente de policía Darren Wilson -que disparó al sospechoso nada menos que 12 tiros a quemarropa- acaba de reactivar un estallido social tan previsible como violento. Y esta tormenta perfecta tiene varias componentes.
La primera es la estadística abrumadora que Estados Unidos arroja año tras año de muertes por arma de fuego y, en este caso, una estadística igualmente alarmante de muertes por arma de fuego a manos de agentes de las fuerzas de seguridad, cuya licencia para disparar a matar (usar fuerza letal en el argot aplicable al caso) choca frontalmente con nuestros estándares europeos o, para el caso, canadienses. Demasiadas armas en la sociedad, dicen algunos expertos, acaban por acentuar la tendencia de los policías a usar las suyas. El otro día un niño de 12 años murió de este modo por jugar en un parque infantil con un arma y el problema es que era de juguete pero parecía de verdad, según dijo la policía después.
La segunda cuestión es la estadística étnica. Al cabo de los años, el número de incidentes que acaban con la muerte del sospechoso cuando este es negro y el policía blanco, o al menos no negro, es abrumador. Por tanto, en las comunidades negras, la lista de agravios se va acumulando y coloreando con el espectro del racismo, o al menos del prejuicio étnico. La razón es que este porcentaje (de víctimas de personas negras) es muy superior al porcentaje de población negra en la sociedad norteamericana. Y por cierto, lo mismo sucede -y quizá en proporciones mayores- con la población carcelaria.
La tercera cuestión reside no solo en el sistema policial y su política de utilización de de armas, sino en el sistema judicial subsiguiente. Nos resulta sorprendente que en la fase previa para decidir si el acusado será juzgado, es decir en la fase de investigación e instrucción, decide un Gran Jurado compuesto por ciudadanos de a pie que han de valorar una cosa tan técnica como si las pruebas, indicios y testimonios presentados por el fiscal son suficientes para imputar o sobreseer el caso.
Precedente judicial
El precedente que se suele invocar es una sentencia del Tribunal Supremo de EEUU de 1989 que dijo que el criterio a tener en cuenta era en primer lugar el de la perspectiva de «un oficial de policía razonable» en el lugar de los hechos. Un exjefe de policía de Florida, Ch. Drago, declaró según el Huffington Post: «Que un policía en este tipo de situaciones sea imputado y luego condenado es muy, muy inusual».
Quizá el valor simbólico de que en el 2008 ganase las elecciones presidenciales un negro fue claramente sobreestimado y la herida intercomunitaria no se acabará de cerrar nunca.
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