Una sociedad esquizofrénica

José A. Sorolla

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Mientras la calle hierve contra la reforma laboral del Gobierno de Manuel Valls, que no satisface a la derecha por las rebajas introducidas en el primer proyecto, ni gusta, por supuesto, a la izquierda del Partido Socialista (PS), los políticos y los partidos franceses se concentran en lo suyo: colocarse como mejor pueden para las elecciones presidenciales del 2017. Valls ha tenido que recurrir para aprobar la reforma a una añagaza constitucional (el artículo 49.3 permite la adopción de una ley sin votarla y a cambio la oposición puede presentar una moción de censura), pero lo más grave no ha sido el uso de ese recurso (todos los gobiernos lo han hecho), sino la división sin precedentes en el  PS.

El partido vive la peor crisis de su historia porque por primera vez 26 diputados suscribieron una moción de censura de la izquierda contra su propio Gobierno, aunque al final no llegara a presentarse porque faltaban dos firmas. La moción votada, y derrotada por 42 votos, fue la de la derecha, pese a que contó, a modo de pinza, con el apoyo del Frente de Izquierdas (comunistas y extrema izquierda). Los 'frondeurs' no serán expulsados, pero, como dice 'Le Monde' en un editorial  “el mal es irremediable. Hay de facto una escisión en el seno del PS entre una izquierda de gobierno (…) y una izquierda en guerra con Manuel Valls y cada vez más próxima a la izquierda de la izquierda”.  

Es decir, a un año de las presidenciales, el paisaje político francés está en plena recomposición. El presidente, François Hollande, intenta aún reagrupar a la izquierda como única posibilidad para su reelección, mientras Valls se enfrenta abiertamente a los contestatarios porque sus ambiciones van más allá del 2017. Y en este campo surgen además dos nuevos aspirantes, el ministro de Economía, Emmanuel Macron, un socialiberal antiguo aliado de Valls y ahora su enemigo, y su predecesor en la cartera, Arnaud Montebourg, que representa todo lo contrario: soberanista, antieuropeo, proteccionista y partidario del Estado fuerte. Ambos encarnan la esquizofrenia de la sociedad, que quiere reformas, porque el modelo francés está agotado, pero siempre que no le afecten

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personalmente.

 Macron es ahora el niño bonito (segundo en popularidad tras el exprimer ministro gaullista Alain Juppé), pero está aún más a la derecha que Valls, que ha pasado de ser el político más popular de Francia cuando no mandaba (entre 50% y 60% de opiniones favorables) a caer a los infiernos de la impopularidad (26% ), solo superado por Hollande (13%), récord negativo de un jefe de Estado. En el campo contrario, todos los sondeos dan por segura la presencia de Marine Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales, que perdería contra el candidato de la derecha. La gran esperanza blanca de la derecha es Juppé, quien, sin embargo, ya fracasó en 1995 cuando un mes de huelgas acabó con la reforma de la Seguridad Social que proponía. ¿Dónde está, pues, la salida a la insatisfacción permanente ante un Estado del bienestar que, comparado con los países de su entorno, es aún modélico?