Editoriales

Una responsabilidad moral

El caso de abusos en los Maristas exige una respuesta colectiva ante este tipo de despreciables agresiones

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A lo largo de esta semana, después de que EL PERIÓDICO destapara el caso del profesor de gimnasia de los Maristas de Sants-Les Corts, la magnitud del caso ha ido en aumento, con nuevas acusaciones referidas a cinco profesores vinculados al colegio y con la destitución del subdirector del mismo (el primer religioso salpicado por el asunto), apartado cautelarmente de la responsabilidad docente. A medida que hemos ido sabiendo detalles, ha crecido no solo la alarma social sino la indignación hacia unas prácticas que, como mínimo, nos hablan de una conjura del silencio o de una intolerable tolerancia que, en el caso del confeso Joaquim Benítez, con más de 30 años en la institución, es especialmente reprobable.

La acumulación de confesiones, el alud de casos particulares, ha colocado a la institución religiosa de los Maristas en una situación ciertamente complicada que merece la máxima aplicación de la justicia, el reconocimiento de los errores cometidos y la asunción de responsabilidades no solo penales sino sobre todo morales. Se escudaron, en un principio, en el desconocimiento del protocolo a seguir en esta materia -la comunicación obligatoria a la Generalitat- y, si bien, denunciaron los hechos en el 2011, después nadie se encargó de llevar la investigación hasta sus últimas consecuencias, empezando por la justicia y acabando por la cerrazón del propio colegio.

El problema, sin embargo, no se ciñe solo a los Maristas sino que, como ha ocurrido en otros países en casos semejantes, salpica también a la Iglesia católica. Siguiendo la firme pauta que ha marcado el papa Francisco en la denuncia de los abusos a menores, y que el nuevo arzobispo de Barcelona no ha tardado en recordar, la jerarquía católica española debería aprovechar la ocasión para tomar la iniciativa, revisar protocolos de actuación y, en caso de hallar nuevos casos, sacarlos a la luz, pedir perdón y hacer examen de conciencia.

Pero el escándalo que ahora nos afecta tan de cerca ha de servir también como reflexión sobre la exigencia de denunciar cualquier atisbo de estas prácticas odiosas, y que también ocurren en el entorno familiar, para perseguir a los agresores y, lejos de cualquier espectáculo, reparar el daño causado a las víctimas. Se trata de una responsabilidad moral que nos interprela a todos.