Una rareza en la plaza de Sarrià

Unos amigos nuestros, Patrick y Nené, nos han llevado a comer a un restaurante de la plaza de Sarrià instalado en un edificio notablemente antiguo. Ellos viven media semana en Gòsol, un pueblo que no debe de tener mucho más de 500 habitantes, adentrado en el Prepirineo, en la zona del Pedraforca. Han «bajado», nunca mejor dicho, a Barcelona. Y después de comer juntos nos hemos sentado en un banco de la plaza de Sarrià, a seguir hablando y recordando otros tiempos. Y al cabo de un rato Patrick me ha dicho: «¿Ya has visto aquello de allí?».

Hemos ido a ver el solar donde antes había un café y alguna casa que cerraba la plaza. Ahora ese espacio está dedicado a una función muy curiosa. Hay una serie de aparatos o pequeñas instalaciones para que los vecinos puedan hacer  ejercicios. Como si fuera un pequeño parque de atracciones, pero con el propósito de ser saludable. Hay, por ejemplo, una corta rampa que sube, al final de la cual se puede volver al nivel del suelo bajando por una escalerilla. Yo estoy seguro de que los médicos recomendarían que los vecinos hicieran de vez en cuando este pequeño esfuerzo.

También debe de ser bueno para la musculatura de las piernas. Para mí, el aparato más curioso es una pequeña pared vaciada en forma de serpentina por la que hay que hacer subir y bajar un disco que tiene forma de mango para empujarlo. También hay una especie de plataforma en la que hay que encajar los pies y que permite moverlos a derecha e izquierda. Es un espacio, en suma, que incita a hacer ejercicios que estimulen la musculatura disciplinadamente y favorezcan la movilidad de las articulaciones.

No sé desde cuándo existe este singular equipamiento urbano. Tampoco sé si lo utiliza mucha gente. Patrick me lo descubrió cuando habíamos terminado de comer y me pareció que lo mejor que podía hacer era respetar el trabajo de la digestión. Solo sé que si tuviera esta instalación cerca de casa pasaría en ella pequeños ratos de vacaciones.