Una queimada con Fidel

Castro se aprovechó de Fraga en 1992 para fingir en Galicia que rompía el aislamiento cubano tras la caída de la URSS

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ENRIC HERNÀNDEZ

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En julio de 1992, mientras Barcelona inauguraba con éxito los Juegos que cambiarían su historia, Fidel Castro se entregaba a la nostalgia en tierras gallegas. Invitado por el presidente autonómico, Manuel Fraga, 'camisa vieja' del régimen franquista indultado por la Transición, el comandante visitó el villorio lucense de Láncara, cuna de su padre y donde conservaba a algunos familiares.

Los periodistas que cubrimos aquella visita tuvimos la oportunidad única de compartir una queimada y una degustación de pulpo 'a feira' con el líder cubano, cuya agilidad mental a los 66 años era envidiable. Su complicidad con Fraga, a quien un año atrás había recibido en La Habana, se fundaba sobre una alianza de intereses personales: a él le permitía aparentar ante los cubanos que estaba superando el aislamiento internacional; y al gallego, que acababa de ceder el liderazgo de la derecha a José María Aznar, le otorgaba un protagonismo con el que su sucesor aún ni soñaba.

El contexto político no podía ser más hostil para Castro. La Unión Soviética, su sostén financiero durante décadas, se había desmoronado bajo los pies de Mijaíl Gorbachov. Finalizada la guerra fría, la isla caribeña perdía todo interés para la atribulada Rusia.

La revolución rusa había tocado a su fin, y la salud de la cubana era crítica. El hambre hacía mella en la población y el espíritu de la 'perestroika' de Gorbachov se colaba por las rendijas del Partido Comunista Cubano. Tampoco en América Latina podía Castro buscar aliados. En 1992, Hugo Chávez cumplía condena en Venezuela por su frustrado golpe de Estado; aún tardaría en arribar al Palacio de Miraflores y servir un postrero salvavidas al régimen castrista. La situación era desesperada.

"CUBA RESISTIRÁ"

Aun así, en Galicia el comandante se mostró altivo, seguro de sí mismo: “Cuba resistirá el bloqueo norteamericano”, proclamó dicharachero durante la queimada.

Hasta que la función tocó a su fin. Rumores de una revuelta en la isla forzaron a Castro a precipitar su partida. El 'número tres' del régimen, el aperturista Carlos Aldana, estaba a punto de ser víctima de una purga. No sería la última.