Pequeño observatorio

Una pipa en memoria del sabio

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Ha muerto Martí de Riquer antes de que pudiéramos celebrar sus 100 años. Una vida larga, estimulada por un estudio constante. Ya lo han comentado extensamente los expertos en la extraordinaria carrera de este ilustre romanista. Un sabio, y además un sabio que era un ejemplo de amenidad. Sus alumnos lo pueden atestiguar.

Hace años le hice una larga entrevista en TV-3, en el transcurso de la cual se manifestó con toda su capacidad de seducir. Que un especialista culto seduzca es admirable. Después vi a Martí de Riquer presidiendo las sesiones de la Reial Acadèmia de Bones Lletres, en la que me habían hecho el honor de aceptarme como miembro. Últimamente se le veía más apagado -pero atento-, hasta que tuvo que renunciar a asistir a las reuniones. Desde mi asiento lo miraba con gran respeto y recordaba aquella entrevista privilegiada.

Su historia de familia era conocida desde el año 1429. Y los siglos no le caían encima como un peso, sino que practicaba, con muchos años, una extraordinaria vivacidad. No me negarán que sorprendía cuando decía: «A partir del año 1500 no me interesa nada». Sí, era medievalista, pero su curiosidad por lo que pasa hoy desmentía la frase citada. Conseguí que me dijera qué idiomas sabía. Quitándose importancia, acabó diciendo que provenzal, francés antiguo, italiano, inglés, alemán, latín, griego y catalán medieval, claro. Cuando ingresé en la Acadèmia me dijeron que se podía fumar en pipa mientras Riquer continuara fumando. En casa, ahora, me fumo una en memoria y homenaje.

Le gustaban las novelas de policías, sobre todo Agatha Christie. Al final de la citada entrevista le pregunté qué música quería escuchar. «La presó de Lleida. Es un tributo a mis antepasados leridanos», me dijo. Martí de Riquer ha muerto. Se lo han llevado, cantando, sus queridos trovadores medievales.