La clave

Una pandilla de amigos

ENRIC HERNÀNDEZ

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No le falta razón a Mariano Rajoy: el PP es un partido serio, no una "pandilla de amigos".

Para empezar, las pandillas de amigos se citan con cierta asiduidad; no dejan pasar dos años sin haberse visto la caras, como han hecho los miembros de la junta directiva popular pese a que los estatutos del partido los conminan a reunirse «al menos una vez cada cuatro meses». Los amigos de verdad se dicen las cosas a la cara, peleándose primero para reconciliarse después; no se acuchillan bajo la mesa al tiempo que exhiben en público la más cínica de sus sonrisas. Y, ante todo, los camaradas cultivan la amistad en su tiempo de asueto, porque la reforma laboral aprobada por el PP no les permite --a diferencia del medio millar de integrantes de la junta del PP-- abandonar durante varias horas sus puestos de trabajo, sean públicos o privados, para encerrarse a hablar de sus cositas. Definitivamente, los del PP no son una «pandilla de amigos». Ni siquiera fingen serlo, aún menos después de que el batacazo en Andalucía y las encuestas hayan empezado a comprometer su acomodada existencia.

La clava de nuevo el presidente del Gobierno cuando asevera que su partido tampoco es ningún "foro de debate". Los foros en los que el jefe suelta una perorata de 40 minutos y los demás aplauden, puestos en pie y en obediente silencio, no son espacios de debate, sino de pura y simple adhesión al que manda. Al fin y al cabo, los integrantes de la junta directiva del PP solo lo son porque Rajoy o alguien en su nombre los eligió como cuadros orgánicos, como candidatos férreamente blindados en listas cerradas o como ministros de quita y pon. Y morder la mano de quien te da de comer es signo de mal gusto y escasa inteligencia.

Cierre de filas

Ni Rajoy ni sus vasallos defraudan las expectativas creadas: el primero ha eludido toda autocrítica, llamando al partido a cerrar filas ante las venideras citas electorales; los segundos han callado los reproches internos que se venían cruzando 'sotto voce'Eso sí, la imagen del líder del PP, flanqueado por Cospedal y Arenas con las miradas esquivas, remacha su mensaje: no son una «pandilla de amigos».