Una nueva sociedad, una 'buena sociedad'

"Los países que sufren de manera más virulenta la crisis económica no ven ni una comprensión ni una ayuda decisiva por parte de los países que la han capeado mejor"

Enfrentamiento entre albanokosovares y serbios en Kosovo en el 2004

Enfrentamiento entre albanokosovares y serbios en Kosovo en el 2004 / DV KK RC TH

MARIA BADIA

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Tenemos ejemplos recientes de cómo países europeos que todavía no forman parte de la UE hacen lo imposible para entrar. Croacia, que lo hará el próximo mes de julio, los países candidatos como Macedonia, Islandia, Montenegro y Serbia, o los que apenas han iniciado los contactos como Albania, Bosnia-Herzegovina y Kosovo.

Todos ellos son un claro ejemplo del interés que despierta la UE, hasta tal punto que en el intento de convertirse en miembros son capaces de superar las relaciones más difíciles y los pasados de enfrentamientos más virulentos, como puede ser el caso de Serbia y Kosovo.

Pero en la otra cara de la moneda vemos día a día cómo se acentúa el alejamiento de los ciudadanos hacia la UE, por su incapacidad de resolver la crisis o incluso para verla, en parte, responsable.

Valores desdibujados

Los valores de la paz, la libertad, la solidaridad, la democracia o el estado de derecho que han sido los pilares fundamentales de la construcción de la Unión hoy se ven desdibujados.

Si hablamos de la paz, no se percibe un peligro de guerra en la UE, al menos, no como en las guerras del siglo XX.

En cuanto a la libertad, tampoco se ve un riesgo de golpes de estado o de dictaduras como las que hemos vivido en el último siglo.

Sobre la solidaridad, los países que sufren de manera más virulenta la crisis económica --básicamente los del Sur-- no ven ni una comprensión ni una ayuda decisiva por parte de los países del Centro o Norte de Europa que hasta el día de hoy han capeado mejor la crisis. Más bien se observan actitudes de crítica y reprobación que no se acaban de comprender y en todo caso que están lejos de lo que se entiende por solidaridad.

La democracia, las nuevas tecnologías, el acceso a la información y a la comunicación piden un cambio en las diferentes formas de ejercerla. La consulta a los ciudadanos y su participación en la vida política piden hacerse de manera mucho más frecuente y directa y no solo una vez cada cuatro años cuando se han de elegir los gobiernos.

Y finalmente, en cuanto al estado de derecho, si bien nos hemos dotado de normas y leyes que deben servir para garantizar la justicia y la convivencia, tenemos cada día ejemplos y evidencias de que estas normas no se aplican de forma correcta o no sirven para garantizar un justo reparto de los derechos y deberes. De hecho, en Europa y en el mundo en general, el abismo entre los que más tienen y los que tienen menos se hace cada día más grande y la justicia se imparte de manera sesgada en función de si se aplica a los más o menos poderosos.

Sin respuestas satisfactorias

Vemos pues que los pilares sobre los que se ha construido la Unión Europea hoy no dan respuesta de manera satisfactoria a las necesidades y los retos que la sociedad europea debe afrontar.

Y así, estas carencias y la crisis persistente son un magnífico caldo de cultivo para nuevos y viejos populismos que aparecen en muchos de los países de la Unión.

Ante este escenario se hace indispensable imaginar una nueva manera de convivir. E imaginar cómo debe ser la sociedad que queremos y encontrar respuestas que permitan rehacer un pacto social europeo que se ha ido a pique.

El preámbulo de una nueva barbarie

La Unión Europea nació de la necesidad de acabar con la barbarie que supusieron las dos grandes guerras en las que hombres y mujeres --como nosotros-- fueron capaces de infligir los mayores sufrimientos a sus vecinos y vertieron los europeos --vencedores y vencidos-- a la humillación y a la pobreza.

Hoy podríamos estar en el preámbulo de una nueva barbarie. Los populismos de signos diversos basados ¿¿en la búsqueda de enemigos exteriores y la utilización del miedo por parte de algunas fuerzas políticas de nuestro entorno dejan entrever los riesgos a los que estamos abocados.

Y es que el discurso populista, el discurso xenófobo, no aporta soluciones, sino que solo responsabiliza al otro. Y así, cuanto mayor es el problema, más motivos uno cree que tiene para culpabilizar al otro, y más amplio es el apoyo a los que instrumentalizan el miedo y los prejuicios.

Un replanteamiento necesario

Los que no creemos ni queremos populismos de ningún signo debemos unirnos para ser muchos y muy fuertes y sumar reflexiones y propuestas para conseguir una coalición hacia una mejor sociedad.

Los que no queremos una Europa en la que una tercera parte disponga de las tres cuartas partes de los recursos, naturales y económicos, ni que nadie sea discriminado por razones de ningún tipo, ni queremos que las vidas estén solo dirigidas a trabajar y a consumir, hemos de hacer un 'reset' para volver a empezar.

Debemos decir de nuevo las cosas más elementales: en qué tipo de país queremos vivir; qué estamos dispuestos a aportar a lo que nos es común; cuántas horas de ocio queremos tener; cuáles son nuestros valores básicos a los que no estamos dispuestos a renunciar, y hasta dónde estamos dispuestos a luchar por conseguirlos.

Solo con un claro y sincero replanteamiento de lo más básico podremos volver a construir una sociedad basada en la confianza y en el respeto. Una 'buena sociedad'.