JAUME I

Una noche en Montpellier

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Muchos años después, el día en que había decidido ir al monasterio de Poblet a pasar, como monje, sus últimos meses, Jaume I recordó la noche en la que sus padres le engendraron y pensó que habría estado bien, antes de morir, volver a Montpellier, al tálamo donde su madre María engañó a su padre Pere para que naciera el futuro rey. Siglos después de aquel orgasmo que no fue salvaje sino programado, y donde no hubo pasión sino astucia, un cura inglés escribió un relato estrambótico sobre la procreación del caballero Tristam Shandy, que salió como salió por culpa de la madre que preguntó al padre, en el momento culminante, si había dado cuerda al reloj. 

Pues bien, la escena del homúnculo regio de Aragón que se dirigía presto hacia el útero real de María de Montpellier, no fue menos estrambótica que la que se inventó Laurence Sterne, porque, en la sala de al lado, se instalaron decenas de prohombres y doncellas, notarios, abades, damas y priores, para dar fe todos ellos de la consumación, lo que sucedió una vez la reina percibió como, en su interior, comenzaban a multiplicarse las células de quien debía ser el conquistador de Mallorca sin saber la que estaba montando. 

Por ello, Jaume I, viejo y cansado de tantos hechos y de tantas guerras, quiso volver a la Occitania perdida, recuperar ese aliento inicial, el vago recuerdo de aquella concupiscencia que fue tramada desde la lógica del reino y no desde de la euforia del deseo. Para saber cómo debía llegar la muerte después de un inicio tan peculiar.