Peccata minuta

Una nación llamada Poder

JOAN OLLÉ

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No me gusta la palabra nacionalismo, como tampoco poner puertas al campo ni encerrar lorquianas liebres en carteras. Y, ya puestos en detalles, me disgusta mucho más el nacionalismo del ser (somos cojonudos/as por el solo hecho de haber nacido aquí o allá) que el del hacer (somos la leche porque hacemos bien nuestro trabajo). El problema nace cuando los que no hacen bien su trabajo -y a los hechos me refiero- intentan convencernos de que a solas estaríamos mejor, atribuyendo al adversario idénticos males que los que ellos practican. No, aún no soy secesionista porque, como Juan Marsé, tampoco me fío mucho de los que nos invitan a esta aventura.

Estoy, naturalmente, a favor de que los ciudadanos decidan libérrimamente su futuro, pero parece ser que ahora y aquí la señora Constitución no lo permite; una Constitución que sus fans se saltan a la que les conviene. ¿O no va contra la Constitución prohibir el ondear de banderas republicanas mientras el nuevo rey habla de nuestro alto grado de democracia en el Congreso? ¿Y no es un desafuero contra la igualdad de los ciudadanos ante la ley que España tenga 10.000 aforados (Alemania, el Reino Unido y EEUU, cero) y se añada, a la de ¡ya!, el aforamiento exprés del antiguo rey «en agradecimiento a lo muchísimo que le debemos» cuando Hacienda e Interior no dejan de putear y reputear a la clase humilde y media, auténticos protagonistas de nuestra historia y víctimas del nacionalismo de los poderosos?

Tremendamente solidarios

Sí, nacionalismo de los poderosos: habitan una patria permeable a las leyes que emiten hacia sus súbditos. No son los mejores -salta a la vista- por sus méritos, sino porque les han puesto en un altísimo cargo y despacho desde donde las ilusiones y desgracias de la gente se ven muy pequeñitas. Y a la que alguna persona o grupo de personas reclaman lo que consideran suyo, los selectos habitantes de este cínico reinado se llevan inmediatamente a los labios, como un silbato de árbitro, la palabra solidaridad. Sí, son tremendamente solidarios cuando alguno de los suyos, aún no aforado, es pillado con las manos en la masa a la espera de que la eficacia de sus abogados deje lo de la violación o el paraíso fiscal en un padrenuestro y tres avemarías. Y si no hay suerte con la entereza del juez, siempre les queda el indulto.

¿Por qué precisa de tan urgente aforamiento una figura que siempre ha vivido en presunta ejemplaridad? ¡Y más de uno y de cien aforaditos de todo a cien van y lo critican! Entiendo que muchos ciudadanos quieran huir urgentemente de este país de vómito, porque, como decía aquel, el nacionalismo es como los pedos: nos dan asco los ajenos, pero nos encanta oler los nuestros.