LA VIOLENCIA MACHISTA

Una madre y una hija

En el pozo de nuestra memoria se esconden todos los silencios y los miedos... Forma parte de nosotras y aún nos cuesta arrancárnosla

ASESINATOS MACHISTAS Clamor para que laviolencia sexista sea considerada cuestión de Estado.

ASESINATOS MACHISTAS Clamor para que laviolencia sexista sea considerada cuestión de Estado.

EMMA RIVEROLA

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Durante siglos, la violencia machista o la cultura de la violación no recibían estos nombres. De hecho, las palabras se escurrían a la hora de pronunciarlas. Y las voces se poblaban de silencios. Un silencio salado y espeso que se tragaba disimulando las arcadas.

Todavía en muchos lugares del planeta, una violación es algo que puede ocurrir en cualquier momento. Cuando recorres las calles para ir a trabajar. Cuando estás en tu chabola con los niños. haciendo la comida. Cuando vas a las letrinas del campamento de refugiados. Cuando huyes. O paseas. O vas a por agua. O a la escuela. O juegas. O sueñas… Ocurre y se calla. Ocurre y se susurra entre mujeres. Porque solo entre ellas se escuchan sus voces.

En nuestras calles, detrás de las ventanas que apenas miramos en nuestro paso apresurado, compartiendo el mismo aire, la misma lluvia, hay mujeres que dejan correr el agua sobre su cuerpo, que miran los remolinos que se forman alrededor de sus pies y se preguntan cuándo acabará, cuándo se sentirán con fuerzas, cuándo volverán a estrenar una piel libre de la huella de unas manos que no quieren. En esas manos, en esas manos que no se aman, que dan miedo y asco, se esconde un poder antiguo que se resiste a morir. Un dominio erigido sobre la mujer. Su cuerpo convertido en una cosa. En un objeto de placer o reproductor. En nada… Un mero soporte sobre el que poder alzarse y sentirse superior.

En el pozo de nuestra memoria se esconden todos los silencios y los miedos. Una herencia que está pegada a las pupilas, que se enreda entre los dedos, que se diluye en la saliva. Forma parte de nosotras y aún nos cuesta arrancárnosla. La reminiscencia de un tiempo o un lugar en que el grito tan solo era la mirada de una madre clavada en los ojos de su hija. Y ahí, hilvanados en ese gesto, los rezos a un dios, a uno cualquiera, incluso alguno inventado con nombre de mujer. Oraciones para que la hija no sufriera lo mismo que ella. O lo que padeció su madre. O la de la madre de su madre… La herencia de una humanidad de madres.