Editorial
Una iniciativa solidaria con el exilio sirio
La red de ciudades refugio que propone Barcelona debe formar parte de un apoyo institucional más amplio
Hay que decirlo claramente de entrada: la iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona de crear en España una red de ciudades de acogida a los refugiados sirios -y de otros países también en guerra- es un soplo de aire fresco entre la aridez moral que asuela a Europa. Una propuesta que es mucho más que un gesto y que permite a los ciudadanos no solo sentirse -al margen de ideologías- más cerca de sus representantes, sino reconciliarse consigo mismos tras largas semanas de sonrojo por la exasperante inacción de las instituciones, empezando por las comunitarias.
Europa vive una situación excepcional, y excepcional debe ser también la respuesta. La UE empieza a admitir públicamente la dimensión del drama humano que tiene lugar en su suelo y que no ha cesado de aumentar a lo largo del año. Si en mayo Bruselas estableció un cupo de 40.000 asilados, la evolución de los acontecimientos la ha obligado ahora a cuadruplicarlo hasta 160.000. Y todas esas personas deben ser recibidas e integradas en los distintos países europeos de la forma más eficaz y menos traumática posible. De manera que la idea de Barcelona y otras ciudades españolas de empezar a organizar una logística con este objetivo tiene pleno sentido. Sobre todo cuando son numerosos los ciudadanos que han ofrecido medios -alojamiento, ayuda material- y será necesaria una labor de coordinación.
Lo último que aceptarían ahora los españoles de buena fe -es decir, la inmensísima mayoría- es que la crisis de los refugiados diera lugar a un enfrentamiento entre instituciones de distinto signo político. Es cierto, como recordó ayer el Gobierno, que la concesión de asilo político es un asunto de Estado y del Estado. Y también es indiscutible que es necesaria la coordinación de los distintos niveles de la Administración para afrontar la situación. Pero el Ejecutivo no puede dar la impresión de que quiere frenar las iniciativas de apoyo al exilio sirio, y menos cuando Europa ha incumplido hasta ahora, de forma vergonzante y vergonzosa, la normativa de las Naciones Unidas sobre la acogida de refugiados. Cuando la sociedad española se moviliza nuevamente para un ejercicio de solidaridad, las autoridades no pueden transmitir apocamiento sino ponerse al frente de la defensa de la dignidad humana.
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