CUADERNO DE VERANO

Una gran micro-ópera de Schubert

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ROSA MASSAGUÉ

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El 'lied', esta forma musical eminentemente alemana, adquirió un extraordinario desarrollo con el romanticismo. Una simple --o no tan simple-- canción podía describir un mundo descomunal de emociones y sentimientos. Podía exponer los más recónditos matices de la condición humana que son muchos y a veces muy inesperados.

Franz Schubert (1797-1828) fue el gran sacerdote de este arte. Del mismo modo que componía óperas, hoy olvidadas y raramente representadas (el Festival de Salzburgo ha hecho una excepción este año con 'Fierrabras'), sus 'lieder' son realmente micro-óperas. En ellas, además de letra y música, hay una trama en la que intervienen a veces varios personajes. El género admite además una declamación flexible del texto que puede ser muy natural y permite también una interpretación teatral por parte del cantante.

Un claro ejemplo es la canción 'Der Erlkönig' ('El rey de los elfos'). En ella Schubert cuenta la historia de un hombre desesperado que cabalga de noche con su hijo mientras el niño tiene la visión del rey de los elfos quien no es más que la muerte que le ronda y que acabará con su vida al final de la canción.

En cuatro minutos y algún segundo más que es el tiempo que dura la composición, Schubert da vida a cinco personajes, al narrador, al padre, al niño, al rey de los elfos y al caballo. El cantante interpreta a los cuatro primeros cada uno con ritmos y tonos distintos. Corresponde al piano con su martilleo representar las veloces pisadas del animal.

Si aquel músico vienés era capaz de dar vida a un mundo de emociones y reacciones tan complejas en tan poco espacio de tiempo y cuando solo tenía 17 años, ¿qué no seria capaz de hacer con un ciclo de 20 canciones compuestas a los 25 años, cuando ya sabía que había contarido la sífilis? La respuesta está en 'Die schöne Müllerin' ('La bella molinera'), con poemas de Wilhelm Müller. Pero la respuesta no es completa.

Para que podamos hablar de una ópera en miniatura hace falta un artista que no solo cante sino que sea capaz de dar vida teatral a los personajes y a los momentos que el compositor presenta en los distintos estadios del ciclo. Este artista es, sin duda, el barítono Matthias Goerne. Para que la representación de esta micro-ópera sea completa, solo falta una escenografía. Y nada mejor que la belleza austera y serena de la canónica de Vilabertran en contraste con la avalancha de sentimientos que trasmite la obra.

'La bella molinera' explica el recorrido vital de un hombre joven que empieza en paralelo al de un riachuelo. Las primeras canciones trasmiten alegría, son luminosas. La naturaleza, además de hermosa es propicia porque el riachuelo le lleva al molino donde vive la bella molinera del título. La alegría se transforma en entusiasmo en 'Am Feireabend' ('Después del trabajo'). Está cerca de la hermosa mujer de la que se ha enomorado locamente.

Pero, como ocurre siempre con los enamorados, le asaltan las dudas: '¿Me ama?', se pregunta. De la duda pasa a la impaciencia reflejada con gran intensidad rítimica por voz y piano. Vuelve la alegría. Vive un momento feliz junto a la molinera, pero el riachuelo le llama porqué sabe lo que ocurrirá, pero el joven no atiende. La felicidad se trunca cuando aparece un cazador por quien se interesa la muchacha.

Celos. Orgullo. Un color amado, el verde de la cinta que había regalado a la molinera. Un color odiado, el verde del traje del cazador. Un sueño, el de su tumba cubierta de flores y la satisfacción de pensar que ella recordará su fidelidad.

En la penúltima canción el arroyo vuelve a llamr al enamorado desengañado, le atrae, ambos dialogan y al final el joven encuentra el "frío descanso" en el lecho acuoso. El ciclo se cierra con una canción de cuna que canta el riachuelo: 'Gute Nacht, gute Nacht!. 'Buenas noches, buenas noches / hasta que todo despierte /olvida tu alegría, olvida tu dolor'. 

En Vilabertran Goerne, acompañado al piano por Alexander Schmalcz, hizo una gran creación de este ciclo de 'lied'. El barítono interpretó las cuitas del personaje de Schubert, los altibajos emocionales del enamorado no correspondido, su desesperación que le lleva a la muerte, y lo trasmitió con la voz que mejora de año en año. 

Es una voz que emite con una extraordinaria naturalidad, que puede exihibir una gran potencia, como en 'Ungeduld' ('Impaciencia'), o unos pianissimi  clarísimos y perfectamente audibles y una dicción impecable. Pero su expresividad no se limita al canto.

Goerne logra revivir en el público el drama del joven enamorado de la bella molinera con una gran teatralidad y mucho sentido del drama. El reducido espacio que deja libre el gran piano es escenario suficiente para que Goerne despliegue su convincente gestualidad y ofrezca esta gran pequeña ópera.

Setenta minutos de éxtasis musical. Momentos de silencio sobrecogedor. Todo el público puesto en pie, todavía aturdido por tanta belleza. Y Goerne, con cara de felicidad.