Una Europa muy británica *

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ROSA MASSAGUÉ

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 ¿Saldrá el Reino Unido de la UE? ¿No saldrá? Las relaciones de Londres con Bruselas han sido siempre lo más parecido a un columpio. Un impulso para adelante, otro para atrás. Los británicos han querido estar, pero sin estar. Han reconocido la necesidad de una Unión Europea, pero manteniendo siempre las distancias. Cuando Winston Churchill lanzó en Zúrich (1946) su idea de unos Estados Unidos de Europa, lo hacía reservando a su país un papel externo, el de amigo y patrocinador de la nueva estructura, un papel a compartir con la Commonwealth, Estados Unidos y la Unión Soviética.

Después vino el gran error de no estar en el núcleo fundador y así el columpio se balanceaba. El conservador Harold Macmillan impulsó el bloque comercial del Acuerdo Europeo de Libre Comercio (EFTA, según sus siglas en inglés) con países que no estaban en la Comunidad Económica Europea (CEE) y, al mismo tiempo, llamó a la puerta de Bruselas solo para verse humillado por el primer veto del general De Gaulle (1963). El laborista Harold Wilson, que había sido un ferviente antieuropeísta en la oposición, se convirtió al credo comunitario una vez en el gobierno. Tras renovar la petición de acceso, tropezó con el segundo veto del general francés.

El ingreso definitivo lo firmó el conservador Edward Heath (1973), pero el euroescepticismo seguía vivo y Wilson, de nuevo en el poder, convocó un referéndum (1975). Resultado: 66 por ciento a favor, con una participación del 65 por ciento. No está nada mal para un país donde las elites políticas, de derechas y de izquierdas, los sindicatos y los tabloides consideraban que el entonces Mercado Común pondría fin a las peculiaridades de la insularidad británica.

Margaret Thatcher había hecho campaña a favor del sí, pero su europeísmo se diluyó con el paso del tiempo, aunque en su célebre discurso de Brujas (1988) aún decía: “Gran Bretaña no sueña con una cómoda y aislada existencia en los aledaños de la Comunidad Europea, nuestro destino está en Europa, como parte de la Comunidad”

Sin embargo, una cosa era estar en Europa y otra sentirse europeo. Según la dama de hierro: “Excepto en el sentido geográfico, Europa es una construcción totalmente artificial. No tiene sentido poner juntos a Beethoven y Debussy, Voltaire y Burke, Vermeer y Picasso, Nôtre Dame y Saint Paul’s, cocido de vaca y bullabesa, y presentarlos a todos como elementos de una realidad ‘europea’ musical, filosófica, artística, arquitectónica o gastronómica”. 

Con permiso de John Major, llegamos a Tony Blair. Quien había sido un joven aspirante a diputado en 1982 defendiendo el programa laborista que prometía la salida del Reino Unido de la CEE, acabó siendo el político más pro-europeo de toda la historia británica, aunque también fue el que consiguió dividirla de forma más profunda.

A su llegada a Downing Street (1997) se propuso poner al Reino Unido en el centro de Europa y acabar de una vez con el euroescepticismo británico. No lo consiguió, pero hoy, cuando aquel país vuelve a jugar con la idea de un referéndum sobre su pertenencia a la UE, resulta que tenemos una Unión más británica que nunca. La herencia que dejó Blair es enorme y va desde el nombramiento de un ineficaz José Manuel Durao Barroso como presidente de la Comisión a la ampliación a los países de Europa del Este, que era una prioridad británica; de la Europa de dos velocidades al papel fundamental de Londres en cuestiones de defensa y seguridad.

La UE auspiciada por Blair es aquella que empieza y acaba en el mercado sin profundizar en la unión política. La Estrategia de Lisboa (2000) promovida por aquel y por su sucesor, Gordon Brown, encerraba todo el programa del Nuevo Laborismo sobre libre mercado, nuevas tecnologías y reformas del Estado del bienestar y del mercado laboral. La crisis hizo su aparición y aquella Agenda quedó desfasada, pero no los principios que la inspiraron.

Con David Cameron, que convocará un referéndum si hay una reforma de los tratados en la línea que quiere Londres, si consigue unas condiciones ventajosas y si los conservadores ganan las próximas elecciones legislativas, el Reino Unido sigue columpiándose. Los demás hemos tenido que apañarnos con la herencia que nos han dejado.

* Con el título 'La herencia británica', este artículo ha sido publicado en el libro digital 'Europa 3.0' editado por Plaza y Valdés, y coordinado por Miguel Ángel Benedicto y Eugenio Hernández. El libro se puede descargar gratuitamente desde este enlace.