ANALISIS

Una Europa cómplice de la barbarie

Cerrar la puerta a los refugiados es una atrocidad más que sufre una población que huye para salvar la vida

Familias de refugiados tras cruzar la frontera de Macedonia.

Familias de refugiados tras cruzar la frontera de Macedonia. / periodico

RAFAEL VILASANJUAN

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Europa tardó casi un año en reconocer que el aumento de la inmigración era consecuencia de las guerras que proliferan desde Oriente Próximo hasta el norte de África. Un año hasta entender que el fenómeno migratorio respondía a una huida colectiva de gente que no venía a mejorar su vida sino a intentar ponerla a salvo. El discurso político hizo todo lo posible por ocultarlo y confundir a la opinión pública entre inmigrantes y refugiados. Tal vez solo para evitar reconocer que, al menos a estos últimos, les ampara un derecho de asilo.

Luego vinieron las cuotas, un mercado a la baja donde todos intentaban escabullir responsabilidades para reubicar a los que ya habían alcanzado el límite en las fronteras del sur de Europa. En países de responsabilidad social fuerte, como Suecia, o en otros con liderazgo político como el de Angela Merkel en Alemania, se defendió la obligación de acogerlos. Hizo falta, eso sí, la empatía de imágenes que mostraban que los que estaban muriendo en el mar eran incluso menores como el niño Aylan Kurdi, cuya vida encontró su último día en una playa turca cuando pensaba que ya había dejado atrás la amenaza y soñaba con un hogar seguro lejos de Siria.

Pero el discurso xenófobo ha ido sitiando cualquier brote de responsabilidad frente a la catástrofe de los refugiados. Cualquier desastre se ha utilizado para vinculados. Desde el terrorismo a la violencia machista, pasando por la falta de empleo, no ha habido causa negativa en la que los refugiados eviten ser percibidos como parte del problema. Inmediatamente después de los atentados terroristas en París el discurso empezó a girar. Aunque paradójicamente muchos de ellos huían de una violencia aun mayor ejercida por los mismos actores en sus países de origen, no fue difícil convencer a la opinión pública que no hay distancia entre los refugiados y el terrorismo, que forman parte del mismo éxodo y problema. El éxito en el discurso del Frente Nacional en Francia o de movimientos neo fascistas como Pegida en Alemania han hecho de cada incidente una nueva batalla. En Colonia el episodio tremendo de acoso y violencia sexual contra las mujeres en la noche de fin de año, en las que efectivamente había algunos refugiados implicados, ha hecho el resto.

PUERTA CERRADA

Tardamos un año en abrir la puerta. En cuestión de un mes ya está cerrada. En algunos países como el nuestro apenas ha llegado una docena: ni uno más. Para evitar que lleguen nuevos, se está financiando un muro de contención en Turquía y aumenta la violencia en las fronteras. Los que están aquí también lo están pasando peor. La extrema derecha empezó a acosarlos en ciudades del Este de Europa, las últimas noticias que llegan de Suecia, es que el acoso ya no es de grupos radicales, el temor ha calado y son gente sin adscripción política los que percibiendo la amenaza se lanzan a quemar las instalaciones preparadas para darles refugio.

Las imágenes todavía recientes de la ciudad Madaya, en Siria, donde la gente se está muriendo de hambre, deberían recordar la obligación de proteger a quienes huyen de las atrocidades de un conflicto. Una lista interminable de la que ya se ha documentado la tortura sistemática, ejecuciones extrajudiciales, decapitaciones, reclutamiento forzado de menores, la utilización de esclavas sexuales o bombardeos sistemáticos que incluyen hospitales y escuelas. Cerrarles la puerta es una más, la diferencia es que apela a la responsabilidad de Europa y nos convierte en cómplices de la barbarie.