DOS MIRADAS

Una cruz

EMMA RIVEROLA

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La cruz en la gabardina de la diputadaMontserrat Turaes la cruz del intolerante, del totalitario, del que se cree con poder para despreciar la voluntad de una mayoría. Exactamente la de 3.130.276 personas: los ciudadanos que con su voto legitimaron a los 135 representantes parlamentarios. Quizá muchos de ellos votaron sin ilusión, quizá incluso tapándose la nariz, pero ejercieron su derecho en libertad.

Ese símbolo vergonzante trazado en la espalda de una persona que luchó desde joven por la democracia es una cruz para todos aquellos que vieron en los indignados una causa justa a la que unirse. Una cruz para los que soportaron, con los brazos en alto, la violencia desmedida de las cargas policiales en la plaza de Catalunya. Una cruz para los miles de ciudadanos que se manifestaron en su apoyo, que ensordecieron al aire con las caceroladas, que sorprendieron a la clase política al ocupar las calles el 15 de mayo y que se preparan para volver a marchar este domingo.

Ayer, unos pocos se permitieron secuestrar un movimiento de esperanza, de ilusión y de legítima rebeldía. Con su gesto han demostrado su ignorancia política. Si hace unos días los acampados fueron convertidos en héroes al soportar la injusticia, hoy son los políticos los que, increpados, escupidos y humillados, han despertado la solidaridad. Desnudar las carencias del sistema democrático no es excusa para agredirlo.