Un ritual de iniciación

ERNEST FOLCH

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En los tiempos en los que una llamada todavía podía cambiarte la vida, un día me telefoneó por sorpresa Jaume Vallcorba para darle un vuelco a mi destino. Era exactamente hace veinte años, y ya tenía literalmente las maletas en la puerta, a punto de probar una aventura que ahora no viene a cuento.

Me llamó con su determinación habitual, su dicción impecable, su seguridad algo irritante, para proponerme trabajar de editor en Quaderns Crema en substitución de Anik Lapointe, y a medida que avanzaba su monólogo acerca de todo lo que aprendería a su lado si aceptaba su oferta, empecé a entender que me estaba acorralando y que se empezaban a tambalear mis planes profesionales que tan bien creía haber planeado. Intenté balbucear alguna excusa, como por ejemplo que lo único que sabía de esta misteriosa profesión era lo que había visto en mi casa, es decir, los montones de originales y de libros y de cubiertas y de pruebas a medio corregir en los que nadaba mi padre a diario. Viendo que no servía de nada, le dije "Jaume, no sé nada", a lo que él contestó, con una sonrisa al otro lado del teléfono: "Justamente por eso vas a venir a trabajar conmigo. Para aprender." Y así fue como horas después empecé el primer trabajo de mi vida en aquel local peculiar de la calle Valls i Taberner al que llamábamos 'La cueva', donde choqué de bruces con la realidad: éramos a penas tres personas, una de las cuales, yo, que no sabía prácticamente nada.

Mucho más tarde me di cuenta de que aquella incertidumbre inicial era en realidad un patrón rutinario de un método de enseñanza que se repetía cíclicamente. Anik Lapointe, me entregó, con la ayuda de un paciente Jordi Puntí, el testigo que le había pasado Clara Pastor, que a su vez le había pasado Jordi Cornudella, y así sucesivamente, en una especie de universidad de la edición, que dirigía de manera brillante y a veces incluso exasperante el irrepetible Jaume Vallcorba. Con él aprendimos los secretos de la cadena entera del libro, desde la contratación hasta la difusión, pasando por la fascinación por el objeto material, quizás porque Vallcorba ha sido realmente el último editor físico, el que se ha llevado al más allá su célebre resistencia a cualquier digitalización.

De esta universidad me quedarán siempre grabadas en el recuerdo aquellas tardes en las que después de una exhasuta jornada de trabajo, nos podíamos quedar hablando a solas durante horas sobre los misterios de la tipografía: para Jaume, las sutiles diferencias entre la AGaramond y una Stempel Garamond podían llegar a ser un asunto de estado. Hubo momentos memorables, como el día en que descubrió que yo no había estado jamás en el Hispania y decidió llevarme inmediatamente, interrumpiendo todo lo que estábamos haciendo, para inciarme en los prodigios de las hermanas Rexach.

Hablábamos mucho de lengua, bastante de libros, algo de cocina y menos de política, y cuando en aquel espacio tan pequeño el aire se empezaba a hacer irrespirable, aparecía siempre la llamada o la presencia de Quim Monzó, que lo alumbraba todo con su inteligencia y que allí fue mi particular ángel de la guarda. Pero todo termina algun día, y llegó el momento del adiós a aquel inolvidable ritual de inicación a la edición que oficiaba tan bien el maestro Vallcorba.

Ningún artículo puede resumir lo que fueron aquellos años felices, pero que sirva al menos para dejar constancia de algo que nunca tuve oportunidad de decirle a la cara: Gracias por todo, Jaume.