La rueda

Un refugio bajo el cielo

Primero fueron los aviones de Bashar el Asad contra los rebeldes. Después, el cielo se convirtió en un macabro juego de espejos

EMMA RIVEROLA

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Mirar al cielo y no ver nubes. Tampoco sol ni luna ni poesía. Mirar al cielo y llorar. O gritar. O rezar a un dios, el que sea, incluso al de la soledad. El niño pegado al vientre de su madre. El padre ya no está… Mirar al cielo en un paréntesis trágico. Justo después de que el ruido te robe el aliento, te retuerza las tripas, te estalle en el cerebro y antes de que el estallido quizá te robe la vida. Primero fueron los aviones de Bashar el Asad contra los rebeldes. Después, el cielo se convirtió en un macabro juego de espejos, una imagen siempre contiene otra, un mal siempre invita a otro. Estados Unidos y sus aliados occidentales atacan a Asad y al Estado Islámico (EI). Rusia combate al EI y también a los rebeldes. Turquía Asad y a los kurdos…

Tras esos objetivos, siempre el pueblo. Un pobre pueblo al que le desgarraron el horizonte. Y la madre y el niño siguen mirando el cielo. Y solo ven el reflejo de su propia muerte.

Pero hay otros cielos. Bóvedas que no tienen alma de abismo ni de infierno. Que no escupen bombas ni dolor ni miedo. Cielos que contemplan nuestras alegrías y nuestras miserias y las acompañan con su particular fuego de artificio. Ahora un trueno. Ahora un rayo de sol. Ahora una sábana de azul sereno, limpio, acogedor, protector. Un pañuelo para recoger las lágrimas. Un velo para cubrir las penas.

Mirar al cielo y descubrir las nubes. Aprender a leer los cuentos que encierran sus formas. También vislumbrar el sol y las estrellas. La osa mayor juega con la osa menor. Perseo saluda a Casiopea. Al fin, el firmamento invita a soñar. Al fin, la fantasía levanta el vuelo. Mirar al cielo y creer en un refugio, en la vida. Y el niño vuelve a jugar en la calle. Y la madre siente que la muerte ya no está al otro lado del cordón umbilical.

Y un horizonte se dibuja aquí, bajo nuestro cielo.