Geometría variable

Un plan equivocado

JOAN TAPIA

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Artur Mas tiene inteligencia, corrección de formas, carácter (huella de la escuela Aula) y voluntad para saber remontar las derrotas. Contra el tripartito en el 2003 y el 2006 y contra él mismo en el 2012, cuando adelantó elecciones pidiendo una mayoría excepcional y perdió 12 diputados. Ahora el 9-N le ha reforzado. Ha derrotado a Madrid porque la seudoconsulta prohibida se llevó a cabo con normalidad y civismo. Y encima le condecoran con medallas en forma de querellas. Haberse plantado le revaloriza también frente a Oriol Junqueras que le había arrebatado el estandarte nacionalista. Y la querella contra Joana Ortega, así como la actitud de Joan Rigol y Núria de Gispert, limitan el margen de maniobra de Duran Lleida.

Así, reforzado por el 9-N, Artur Mas ha trazado con gran desparpajo una hoja de ruta para que Catalunya sea independiente en el 2016. Y ha asumido parte del maximalismo de Oriol Junqueras para forzar a ERC a ponerse entre paréntesis como partido e integrarse en una gran lista independentista. Y parece contar para ello con el apoyo de la ANC, cuya presidenta, Carme Forcadell, ya mostró ayer simpatía por la lista única CiU-ERC-personalidades. Ya veremos lo que hace Junqueras ante esta especie de decreto de unificación provisional al que se le insta. Ese es su problema.

El de Catalunya es otro. Es que el plan de Mas para obtener la independencia en menos de dos años no es ni lo mejor para Catalunya (cosa opinable) ni se sustenta en un análisis sólido. Vamos a lo serio. Lograr la independencia de otro Estado de la UE no es algo habitual, sino inédito. Habría que vencer la oposición de España y las reticencias de la UE, que reacciona con alarma ante cualquier amenaza de subdivisión de los estados que la forman. El propio Mas lo reconoció anteayer y ahí está la satisfacción mostrada tras el referéndum escocés. En este contexto, una exigencia mínima sería la de una mayoría catalana muy fuerte a favor. Y esa mayoría no existe.

La última encuesta del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO) de la Generalitat, que depende de la Generalitat, decía en octubre que el 49,1% de los catalanes se sentían independentista, pero que el 48,5% no. Y la de EL PERIÓDICO del lunes muestra que el 47% no se sienten independentistas, y el 46,4% sí. El pueblo catalán (el de la totalidad, no el de las conferencias de Mas o el de la ANC) está bastante partido. El CEO lo vuelve a certificar. El 45,3% quieren un Estado independiente, pero la suma de los satisfechos con la autonomía y los federalistas alcanza el 45,6%.

Con esta partición sobre la independencia, que contrasta con un respaldo mucho más firme a un mayor autogobierno (según el CEO, el 70% cree que el grado de autonomía es insuficiente), lanzar como objetivo prioritario para los próximos años la obtención de la independencia no parece una opción sensata. Además, la hoja de ruta de Mas no solo es rupturista respecto a las leyes españolas, sino que podría saltarse normas pactadas y propias de Catalunya. El Estatut fija que para su reforma se precisa el voto de las dos terceras partes de los diputados. ¿Prevé Mas negociar la independencia con el apoyo de 69 o 75 diputados? ¿Y qué pasa si la lista de país, con la independencia como único punto, no tiene mayoría absoluta, lo que, según la encuesta de EL PERIÓDICO, sería probable?

Mas cree que a Catalunya sola le iría mejor. Pero si no se comparte esta creencia, estamos ante una hoja de ruta peligrosa que se emprende sin los apoyos sociales necesarios y, quizá, como reacción elemental a los errores de los gobiernos de Madrid. ¿Es más rentable irse que influir en un Estado en el que representas el 18% del PIB?