LA CLAVE

Un Mundial en diciembre

JUANCHO DUMALL

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Philip Kerr, el autor escocés de novela negra que creo al detective Bernhard Gunther, cuyas peripecias tienen como escenario la Alemania nazi, ha hecho una hermosa incursión por el lado salvaje del fútbol con su novela Mercado de invierno Mercado de invierno(RBA). Dentro de una trama negra clásica (alguien ha matado al entrenador portugués del London City, y su sustituto en el banquillo se encargará de descubrir al asesino), Kerr hace un retrato escalofriante de la Premier League. Por las páginas de la novela desfilan multimillonarios ucranianos dueños de clubs, jugadores caprichosos, mujeres de futbolistas frustradas, técnicos corruptos que cobran comisiones de traspasos, deportistas dopados y entrenadores resentidos. En la fauna no podían faltar los jeques de Catar, los que hoy más colaboran a que la máquina no se pare. Veamos.

La FIFA decidió definitivamente el jueves que el mundial del 2022 se jugará en Catar en los meses de noviembre y diciembre. La razón, que en el verano catarí se registran temperaturas de 50º, lo cual ya se sabía cuando en el 2010 se le concedió al país del Golfo la organización del acontecimiento. Los petrodólares rompieron las resistencias. Ligas y clubs europeos clamaban contra un calendario que alterará las competiciones nacionales y la Champions. Pero a la organización que preside Joseph Blatter solo le interesa una lluvia de dinero que caiga sobre las cadenas de tele de pago, remodele los estadios, financie los grandes fichajes y compre clubs en ruinas.

El fútbol es un fenómeno global. Por eso es bueno que los grandes torneos se esparzan por todo el planeta. Pero de ahí a montar un Mundial en el Golfo Pérsico hay un gran salto que no se debió dar. Las consecuencias serán graves, aunque nos caen demasiado lejos. ¿Qué será de nosotros en el 2022?

Nostalgia

El relato de Phillipe Kerr es también un canto a ese fútbol que se fue para no volver. El que representaban George Best y Bobby Moore. Aquel que acabó cuando los imperios de los oligarcas rusos y los jeques árabes se pusieron a manejar el negocio por encima de la FIFA desde aviones privados y yates de más de 150 metros de eslora.