La religión católica y el sexo

Un héroe entre nosotros

La valiente denuncia del Vaticano efectuada por el cura homosexual Charamsa tiene un alto valor moral

XAVIER BRU DE SALA

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Por mucho que el Vaticano trate de minimizar la denuncia de Krzysztof Charamsa, el impacto es evidente. El sacerdote y teólogo Charamsa era, hasta ahora, oficial del dicasterio más importante del Vaticano, la Congregación de la Doctrina de la Fe, heredera de la Inquisición. Ha sido expulsado del Vaticano debido a haberse declarado homosexual, feliz y orgulloso de serlo. Es conocido, porque él mismo lo ha explicado, que tiene pareja, que se llama Eduard y es catalán, y que se aman. En declaraciones a El Matí de Catalunya Ràdio confesó que su pecado consistía en haber participado de la ocultación sistemática que impera en el Vaticano: dentro del armario, casi todo, por no decir todo; pero, ay, fuera del armario no hay salvación.

Charamsa ha sido expulsado de manera fulminante. No será perseguido como Julian Assange, el fundador de Wikileaks, o Edward Snowden, ambos refugiados por haber revelado secretos sobre el funcionamiento oculto de los grandes poderes del mundo. La revelación de Charamsa, que comporta igualmente una denuncia, es de otro orden, y afecta a la credibilidad de la primera religión del primer mundo. Pero su alto valor moral es del todo equiparable. Luchan los tres, por fortuna entre muchos otros, a favor de la transparencia.

Uno de los pocos méritos de Benito XVI, el antecesor del papa Francisco, ya a las puertas de retirarse, consistió en la denuncia de pujantes redes ocultas y organizadas dentro del propio Vaticano, en el ámbito de las finanzas y  de la homosexualidad. En consecuencia, el reto de Francisco consiste en cumplir el encargo implícito de limpiar y reformar la casa. ¿Es posible sustituir la hipocresía por la verdad? Los millones de creyentes de la religión católica tienen derecho a disponer de una Iglesia libre de la doble moral institucionalizada, la que Charamsa denuncia al reivindicar el orgullo gay en el corazón de la Iglesia. La distancia entre la moral predicada y la practicada en innumerables casos por acción, por ocultación o por omisión, es demasiado grande; inadmisible en nuestros días.

El reto es enorme, sobre todo en el territorio del sexo y la sexualidad, una de las dimensiones constitutivas de los seres humanos. La discriminación de las mujeres, que tienen prohibido el acceso al sacerdocio por el hecho de no ser machos. Las insoportables dificultades que sufren muchos sacerdotes para cumplir el voto de castidad. Más allá de la pederastia, relativamente fácil de reducir y de perseguir si este es el propósito, la extensión de la homosexualidad en una organización de hombres solos. Y todavía más, su reconocimiento. Por encima de todo, el redimensionamiento de los límites de la libertad individual de los creyentes y la revisión de aquello que es considerado pecado. Según la doctrina oficial de la Iglesia, la inmensa mayoría de católicos viven en pecado. Es pecado divorciarse. Es pecaminoso el uso de condones. Es pecado el sexo fuera del matrimonio. Y es pecado, todavía, el sexo dentro del matrimonio con finalidades no reproductivas.

La estrechez de miras del Vaticano choca de manera frontal no tan solo con las costumbres de nuestro tiempo, sino con la propia naturaleza humana. Choca con la idea de la igualdad entre sexos, que se ha instalado en Occidente de manera definitiva. Choca con la investigación de multitud de placeres, por inocentes o pusilánimes que sean. Resulta -y más pronto que tarde lo deberán admitir- que a menudo hay mucha luz, y mucha liberación, mucha naturaleza humana vivida con conciencia y plenitud, allí donde la Iglesia ha visto secularmente y se emperra en ver oscuridad pecaminosa.

Es errónea y miope la misma idea de la doble naturaleza humana, que no he sabido encontrar ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, y probablemente el teólogo Charamsa tampoco. La espiritualidad y la carnalidad son dos caras de la misma moneda, que somos cada uno de nosotros. Solo hay que leer la poesía mística para saber que el éxtasis del espíritu comporta a menudo la sublimación de fuertes dosis de deseo de origen sexual, no fulminadas sino transportadas a otra dimensión. Y viceversa: por ejemplo, el sexo tántrico, que empieza a estar de moda, funde las más altas dimensiones espirituales con la carnalidad. Creamos o no creamos en Dios o en el alma, no somos sino un complejo, balbuceante y poco comprensible sistema bioquímico.

Pero si una cosa hemos aprendido, como especie civilizada, es a no admitir la doble moral del poder y la hipocresía organizada de los de arriba con desprecio de todos los demás. Es esto, de entrada, lo que el héroe Krzysztof Charamsa denuncia: la libertad moral debe existir no solo para los arriba y a escondidas, sino para todos de cara y a la luz.

La libertad y la franqueza son compatibles con el cristianismo. El fariseísmo, no.