Pequeño observatorio

Un camión solitario en la autovía

JOSEP MARIA ESPINÀS

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La cantidad de dinero que se ha invertido -malgastado- en España a lo largo de varios años es tremenda. Millones dedicados a operaciones absurdas, y a enriquecer, naturalmente, a los que eran favorecidos para llevar a cabo las obras. El caso de algunas autopistas es escandaloso. El coste ha sido muy alto, y el rendimiento, muy muy escaso. Absolutamente deficitario. No solo en las cercanías de Madrid sino en círculos más amplios. Y ahora es obligado reconocer que las pretensiones eran muy superiores a las necesidades.

Madrid ya tenía, y tiene, varias autopistas por las que se puede circular gratis, y se comprende, pues, que los habituales usuarios no cayeran en la absurda tentación de pagar peajes. El resultado del coste y el mantenimiento de estas absurdas autopistas ha supuesto una bofetada. Pero resulta que si las autopistas son gratuitas, las empresas que las han construido no lo han hecho por gusto ni por patriotismo, sino para ganar dinero. O se han encontrado con que lo perdían y ahora deben pedir ayuda al Estado, responsable de la fastuosa operación.

¿Se hizo, antes de la ruinosa operación, un estudio de costes y rendimientos? Las empresas privadas lo hacen. ¿Qué mente preclara -o qué bolsillo ávido- decidió que todos aquellos grandes proyectos eran viables? El lector es testigo de  cómo se llenan de coches las autopistas catalanas. En alguno de mis viajes a pie por algunos rincones de España me ha tocado caminar bordeando alguna de estas novísimas vías. Tan anchas como solitarias.

Un día sí vi que se acercaba un camión. Yo caminaba por la pista del arcén. El camionero también me vio en aquel paraje desierto. Y no dudó en detenerse en plena autovía para decirme, muy amablemente, muy inesperadamente: «¿Quiere que lo lleve?». Le dije que no era necesario, que muchas gracias.

El camión se fue, carretera allá, y volvió el silencio.