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El último servicio

JULIA OTERO

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En los palacios del Estado hay prisa, eso no pueden negarlo. Vale que la decisión haya sido estudiada y considerada en todas sus aristas durante meses, pero la abdicación del Rey y sus consecuencias han tomado una velocidad de crucero que para los que la conocimos el 2 de junio a las 10.30 horas resulta vertiginosa. Como dice el filósofo, «ya éramos pocos y parió la abuela».

A día de hoy desconocemos si algo que ocurra en los próximos meses -pero ya sabido por el poder político y real- nos hará comprender el porqué de todas las cosas y la razón última del abandono del trono. ¿Tiene el Rey algún problema grave de salud que será desvelado en su momento? ¿Saben, quizá, que la infanta Cristina no podrá evitar el banquillo? ¿Temen un escenario electoral en el que la mayoría que pactó la transición quede lejos de la aritmética parlamentaria actual? Muchos interrogantes y ninguna opción de responderlos que no sea el paso del tiempo. Y no mucho, por cierto.

Ciclogénesis electoral

Dado que certezas hay pocas, hagamos algunas consideraciones sobre lo que sí sabemos. El resultado de las elecciones europeas ha actuado como una ciclogénesis en el tejido institucional español. Para ser la menos relevante de las convocatorias electorales -eso se ha sostenido siempre, y así le va a Europa-, no está mal el parte de daños y damnificados que ha dejado a su paso. El partido que gobierna silba en público, como si no fuera con él, pero llora en la intimidad. El PP pierde feudos históricos como Valencia y Madrid, se estrella contra Susana Díaz en Andalucía, se tuerce en Extremadura y es irrelevante en Catalunya. Un pan como unas tortas (por no decir hostias, que es lo propio). Al PSOE se le ha puesto cara de UCD, y emulando los mejores momentos ucedistas se ha puesto a destriparse en público y a enviarse mensajes cruzados que suenan como balas en un campo de batalla. Los convergentes también sonríen al patio de butacas, pero cuando se miran en el espejo una voz les dice que Junqueras «es el puto amo». Por si todo esto fuera poco emocionante, un profesor con coleta de la Complutense les arranca cinco euroescaños sin cortarse las puntas ni la lengua. Y en estas llega el Rey y dice que ya es suficiente.

Ahora se explica por qué Rubalcaba se está yendo sin irse del todo: el último servicio como hombre de Estado es mantener el timón para controlar la explosión de la abdicación real entre los suyos. Un servicio a la Corona y al Estado que se convertirá en un regalo para los que han fundido las siglas PPSOE. Igual la historia se lo reconoce algún día, pero tratándose de España la duda es más que razonable.

A todo esto, se oye la carcajada de Pere Navarro, al que hace un año todos mandaron callar cuando pidió la abdicación del Rey para que fuera su hijo quien protagonizase una «segunda transición». Hasta un reloj parado da la hora exacta dos veces al día.