El turista no es un criminal

Limitarse a criminalizar y atacar el turismo solo demuestra poca inteligencia y desprecio por el interés general

Gestionar la revolución del turismo_MEDIA_2

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MARÇAL SINTES

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El turista no es sólo aquel macho o hembra anglosajones que se dedican a beber y hacer el animal de día y, sobre todo, de noche; un descerebrado capaz de realizar aquí unas animaladas que nunca haría en su país. Sin embargo, este es el estereotipo que los promotores del debate sobre el turismo en Barcelona han conseguido imponer, y que, a menudo sin darnos cuenta, también los que no nos sentimos enemigos del turismo acabamos utilizando.

El debate, si realmente se puede llamar así, que estamos viviendo nace hace unos años, no muchos, y es alimentado por sectores ideológicamente encuadrados en eso que, en su versión política, se conoce como los 'comunes' o el 'colauismo' . Es decir, por una izquierda injertada de populismo. Una izquierda 'sui generis' que observa al turista como un elemento extraño y perturbador, al que, además, vincula a una industria inscrita en el, para esta izquierda, odioso capitalismo globalizado. Como he oído decir a alguien, la turismofobia viene a ser la xenofobia progre.

Con la criminalización se está colocando en segundo plano, o directamente borrando, un hecho muy sencillo y claro: quien elige viajar a Barcelona lo hace movido por la curiosidad, por la atracción de la ciudad. Porque quiere conocer un lugar y una gente. Nadie elige Barcelona movido por las ganas de molestar o joder a los demás. Darlo a entender así es mentir.

Una de las operaciones narrativas más frecuentadas al abordar este asunto es la sinécdoque, esto es, confundir la parte con el todo. Porque, evidentemente, es falso que todos los turistas sean jóvenes anglosajones fuera de sí. Entre los turistas encontramos gente de todas las edades, muchos matrimonios o parejas, muchas familias y gente que viene de todo el mundo, en primer lugar de otras partes de Catalunya y de España.

Es más: las mismas líneas aéreas de bajo coste, en las que Barcelona ha tenido que especializarse para competir con Barajas, que cuenta con el favoritismo del Estado, sirven para llevar a los barceloneses a todo el mundo, desde París, Roma y Praga hasta las islas griegas, Río de Janeiro o Nueva York.

Porque, y esto es esencial, al reflexionar sobre el turismo no podemos caer en el error de creer que los turistas solo son los otros. No podemos pensar en términos amigo-enemigo, ellos-nosotros. Esto es lo que pretenden los que, desde el Ayuntamiento de Barcelona o desde donde sea, estigmatizan a las personas que nos visitan. Turistas lo somos todos. A todos, y a los barceloneses en especial, nos encanta conocer nuevos países, nuevas ciudades, nuevos paisajes, nuevas culturas. Si lo olvidamos nos estamos haciendo trampas.

Justamente, que Ada Colau y su pandilla -que si han demostrado talento en algo es en la propaganda- hayan cogido el turismo y lo hayan convertido en el peor problema de la ciudad resulta un despropósito monumental. Pero así ha sido. Hasta el punto de que, según el último Barómetro Semestral del Ayuntamiento, el turismo ya es, a ojos de los barceloneses, el problema más importante de la ciudad. No obstante, cuando se pregunta por aquellos problemas que más les afectan 'personalmente', el turismo queda en décimo lugar (con un 2,7%), lo que puede ser un indicador de la naturaleza en parte artificiosa de la turismofobia.

UNA GESTIÓN EFICAZ

¿Pretendo dar a entender con todo ello que el turismo no genera problemas, inconvenientes y retos para Barcelona, que todo va como la seda? No, claro que no. Lo que quiero decir es que convertir una riqueza y una oportunidad en una maldición y una amenaza es absurdo y muy contraproducente. Que nadie que tiene la suerte de ser favorecido con una fuente de riqueza reacciona buscando la manera de cegarla, de bloquearla. Lo que quiero decir, en definitiva, es que el turismo, tan positivo para Barcelona desde su estallido con los Juegos del 92, es necesario gestionarlo con eficacia, minimizando los inconvenientes y disfunciones. El turismo no es más que una consecuencia, muy envidiada, por cierto, del indiscutible éxito planetario de la Ciudad Condal.

Una gestión que debe ser integral, de conjunto. Y que abarca desde el transporte hasta la vivienda o la diversificación de la oferta. También pasa, claro, por la seguridad. Mejor seguridad para proteger a los turistas y para hacer que los turistas respeten, por ejemplo, el descanso de los barceloneses. Y significa probablemente dejar claro desde el primer momento qué es lo que en Barcelona se puede hacer y qué lo que no se puede hacer. Y redistribuir los beneficios para hacerlos tangibles para el ciudadano que soporta las molestias del turismo.

Limitarse a criminalizar y atacar el turismo solo demuestra poca inteligencia y desprecio por el interés general.