La clave

Turismo: cargas y beneficios

ENRIC HERNÀNDEZ

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Julio de 1992. Un joven barcelonés expatriado en Madrid regresa a su ciudad para no perderse el acontecimiento olímpico. A medianoche, el indígena disfrazado de forastero se confunde entre la muchedumbre que congestiona una Rambla hasta entonces desangelada y, de golpe, convertida en un festivo hormiguero multiétnico. Suerte que será solo por unos días, se consuela el muy incauto.

Colas en todas las tiendas, también en la que se adentra nuestro turista accidental para saciar su sed. Mientras aguarda su turno en aquella angosta torre de Babel, se escandaliza al oír que el tendero cobra a los extranjeros hasta 300 pesetas  por lata. A él, que se expresa en catalán, solo le cobra cien. «¿No le da vergüenza estafar así a los turistas?», le reprende. «A estos no los volveremos a ver», responde el comerciante, encogiéndose de hombros.

Pero, contra todo pronóstico, ni la vorágine olímpica fue una fiebre pasajera, ni la especulación local ahuyentó a unos turistas que cada año se cuentan por millones, y subiendo. Por decisión institucional o particular afán de lucro, según el caso, Barcelona ha ido amoldando su oferta cultural, lúdica, hotelera, comercial y gastronómica a la demanda de un público que ha ido en constante aumento. En particular, tras la irrupción de las líneas aéreas low cost, que desestacionalizaron el fenómeno del turismo e hincharon el pastel de los beneficios a repartir.

Y es justamente el desigual reparto de cargas y beneficios lo que ha hecho estallar el suflé, como atestigua el estallido de las protestas en la Barceloneta.  No salen a la calle quienes, de espaldas a la ley y al fisco, realquilan sus quarts de pis a extranjeros por nueve veces más de lo que pagan al propietario; se quejan los que, no pudiendo hacerlo, padecen los efectos de un turismo de poco gasto y mucho ruido.

Que no se repita la historia

Bien haría el Ayuntamiento en tomar nota de las lecciones que nos ha dejado la burbuja inmobiliaria. Su deber es pacificar los barrios más masificados, poner freno a la especulación y evitar que, una vez más, se socialicen los perjuicios del turismo mientras se privatizan sus jugosas plusvalías.