Editorial

El turismo va bien, hablemos de turismo

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Por más que se busquen otras maneras de contar, la cifra que mejor indica si la oferta turística española ha tenido su demanda correspondiente es el número de visitantes registrados. En cifras oficiales, hasta el pasado mes de julio ya habían llegado 38 millones de turistas extranjeros este año, lo que supone un 4,7% más que los recibidos a estas alturas en el 2014. En un sector con más de 40 años de experiencia en capacidad de acogida, que la cifra estimada provisional supere incluso las mejores previsiones indica a las claras que este capítulo decisivo en el crecimiento del PIB español está cumpliendo con creces sus expectativas.

Las razones del éxito son varias. Como destino de vacaciones más básico, de sol y playa, al que aspiran millones de familias de clase media y media baja europeas, España supera a otras zonas donde la seguridad es motivo de incertidumbre, como Túnez, Egipto o Turquía. Otra oferta emergente, el turismo urbano -con Barcelona a la cabeza, pero no solo la capital catalana-, también ha aportado un atractivo que va calando en un segmento nuevo de visitantes, que eligen nuestro país por su propuesta cultural o de ocio en entornos sostenibles.

Con gasolina barata, los precios ajustados gracias a la presión de las ofertas muy competitivas por internet y la voluntad del sector de recuperarse tras unos años de baja expectativa, el cierre de la temporada turística de verano (acumulada a las buenas cifras del primer semestre, que incluyen un espectro de visitantes más amplio) apunta a cifras récord. El único factor de ruptura de esta tendencia ha venido por la caída del valor del rublo frente al euro, que ha afectado de manera especial a la Costa Daurada y su meritorio esfuerzo de los últimos años por adaptarse al mercado emergente ruso.

Por lo demás, dice un adagio económico que no hay que hacer cambios cuando algo va bien. Por contra, otros teóricos sostienen que no hay mejor ocasión de proponer revisiones a fondo de un modelo de éxito que antes de que decaiga. Hay indicios suficientes de que seguir solo la vía de adaptarse -sin saber dónde acaba- a la demanda de los visitantes, aunque su número supere cada año el del anterior, no es una buena opción. Las protestas de los vecinos de localidades turísticas, por ejemplo, son un síntoma que invita a no quedarse solo con las buenas cifras.