Dos miradas

Turismo

JOSEP MARIA FONALLERAS

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En el camino que va del aparcamiento a la playa de Empúries, en L'Escala, hay una finca particular llena de letreros que avisan a los bañistas de la presencia de animales domésticos. «Esto no es un zoo», dicen, y «No den de comer a los animales». Se oye el canto de un gallo a las cinco de la tarde, una circunstancia extraña en ese entorno. En el mismo aparcamiento, cada dos o tres metros, muy cerca de la casa de campo situada en medio del ruido se anuncia que a pocos metros hay un lavabo público, y que no es imprescindible hacer las necesidades corporales en medio del campo sino que es mejor utilizar este servicio. En la puerta de la finca, en un árbol, hay una inscripción (creo que esgrafiada sobre la madera, como un grabado) que dice: «Tourist, you are the terrorist». Más o menos. La cosa ha ido subiendo de tono. No entiendo el significado oculto de todo este festival de advertencias hasta que, del campo de al lado, escondida tras unos tamarindos, sale una mujer rusa. Es evidente que no ha hecho uso del aseo público sino que ha optado por la vía campestre. Digámoslo claro: los dueños del terreno están hartos de que se caguen en él. Sin miramientos.

La escena funciona como metáfora. De hecho, en la Barceloneta, en tantos lugares del país, están haciendo lo mismo. Viven como si esto fuera la selva. El turismo nos ayuda a equilibrar balanzas, pero no tiene entrañas. Es, demasiado a menudo, un cuerpo extraño que se come el alma. Y después la convierte en detritus.