ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Tu cara me suena un poco

Trueba

Trueba / periodico

DAVID TRUEBA

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Hace tiempo que pienso que la idea antigua de Dios solo existe para los famosos. Esa vigilancia moral, donde temes hacer algo incorrecto porque eres observado por el ojo del Ser Supremo, la padecen los famosos, que son escrutados por las redes sociales y están a tiro de foto con el móvil en cualquier situación. Son identificados y juzgados por cada una de sus actitudes, aunque se circunscriban a un ámbito muy limitado. Pero de todo lo que afecta a la imagen pública, lo que más me divierte son las confusiones. Es siempre una cura de humildad cuando alguien en la calle cree reconocerte, pero se equivoca. Mi amigo Antonio Resines siempre recuerda con agrado el día en que un taxista se pasó media hora de trayecto elogiando su categoría de actor, diciéndole que le gustaba en todas las películas y las series, que era su actor favorito desde muchos años atrás. Tanto es así que al bajarse dio al taxista una propina suculenta que el conductor le agradeció sin ahorrarse añadir: “Y no deje usted nunca la serie de El Comisario, que está estupendo”. Resines comprendió en ese momento que le había confundido con Tito Valverde.

En el último festival de San Sebastián en que presenté una película, el recibimiento fue tan bueno que a la mañana siguiente en lugar de andar por la calle, flotaba levemente elevado. Hasta el momento en que fui rodeado por un grupo de mujeres mayores que me exigían un autógrafo. “Tú eres el cine español”, me dijeron y yo entendí lo que querían decir, pagado de mí mismo. Me tendían servilletas, para que firmara dedicatorias a sus nietos, y cuando ya iba por el octavo o noveno autógrafo, oí a una de ellas explicarle a las otras que yo era Amenábar: “Seguro que has oído hablar de él”. Cuando las señoras amabilísimas me explicaron que eran de Albacete y estaban de turismo en Donosti, no pude resistirme a decirles: “Qué bien, de Albacete. De allí también es José Luis Cuerda, que produjo mi primera película, Tesis”.

Esa misma tarde me encontré a Serrat en el hotel y le conté, divertido, la anécdota. Él me confesó que en la estación del AVE en Zaragoza, muy recientemente, un maletero le había agradecido la propina por subirle el equipaje al vagón con un eufórico: “Mil gracias, señor Aute”. En ese momento, una mujer madura reprendió al maletero y le dijo: “No hombre, no sea ignorante, no ve que no es Aute, que es Víctor Manuel”. Por su parte, a Víctor Manuel es habitual que le saluden confundiéndole con Cayo Lara. Pero quizá mi momento favorito de confusiones en los últimos años es la que sufrió mi hermano Fernando mientras paseaba por Málaga. Una pareja se aproximó a él con el grito admirativo de: “¡Pero si es Pedro Amenábar!”. Fernando, con enorme calma, les pidió que precisaran si se referían a Pedro Almodóvar o a Alejandro Amenábar, porque no podía ser ambos. Así que eligieron el segundo y mi hermano les firmó el autógrafo. Y nada más ejemplar que lo que le sucedió a María Barranco, en un momento en el que combinaba un papel en una serie de tele de éxito con una obra de teatro en cartel. Fue al supermercado y la cajera, tras cobrarle, le dijo con cariño: “Qué lástima que se haya retirado usted, señora Barranco. Con lo que me gustaba su trabajo”.