Trump, la victoria del populismo

TRUMP PRESIDENT

TRUMP PRESIDENT / periodico

VERÓNICA FUMANAL

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La victoria de Donald Trump es un fenómeno electoral que se puede englobar dentro de los movimientos populistas y de extrema derecha que ya han irrumpido en Europa. Este ejercicio de identificación mutua es explícita y evidente cuando los líderes del FN o del UKIP se apresuraron a felicitar a Trump por su victoria en un ejercicio de amenaza creíble: si ha pasado en EEUU nuestras opciones no solo son legítimas, sino que son posibles. Próxima estación, elecciones francesas.

Son varios los académicos que llevan tiempo estudiando en Europa el por qué del auge de estos movimientos políticos que en un primer momento fueron minusvalorados por las élites políticas, económicas y sociales. Son estudios que apuntan a cuestiones perniciosas derivadas de la globalización que básicamente se pueden resumir en desigualdad, pobreza, exclusión y miedos. Problemas del siglo XXI a los que los partidos tradicionales responden con recetas del siglo pasado que no tienen en cuenta los nuevos condicionantes comunicativos, sociales y raciales, condicionantes que tienen que ver con nuevos problemas derivados del proceso de mundialización, con la amenaza global terrorista, con los nuevos desafíos: como los refugiados, los desclasados o los padres que observan como sus hijos tienen menos esperanzas vitales que ellos; en definitiva una sociedad llena de incertezas y miedos a los que los líderes de los partidos populistas y de extrema derecha ofrecen respuestas tangibles, de corte autoritario y chovinista, liderazgos fuertes que simplifican la complejidad en términos dicotómicos, bueno-malo, amigo – enemigo, conmigo o contra mí.

ESPIRAL DEL SILENCIO

Del por qué las encuestas no saben pronosticar este tipo de fenómenos en toda su dimensión se realizarán estudios monográficos, pero ya hoy se pueden apuntar algunos motivos relacionados con la diferencia entre la opinión pública y la opinión publicada. Como ya apuntaba la socióloga Newman en la espiral del silencio, los ciudadanos no se sienten en la obligación de decir aquello que piensan porque entra en contradicción con un cierto discurso que coloquialmente se ha llamado "políticamente correcto" produciendo un cierto estigma social de aquellos que se pudieran situar contra el mainstream de la opinión publicada. Y ¿si el voto es secreto, que aliciente tiene un ciudadano medio para decir lo que realmente piensa de la inmigración, del empoderamiento de las mujeres o de las circunstancias de su resentimiento social? Puede votar en el mayor de los silencios, con la contundencia que lo ha hecho EEUU.

Este artículo trata de analizar algunos de los motivos que han podido otorgar la victoria de Donald Trump. Pero no quiero comenzar sin reconocer que el conocimiento de EEUU del cineasta Moore o la imaginación de los guionistas de los Simpsons resultaron más precisos que los análisis, que bajo códigos más autoreferenciales que científicos, hacían imposible la victoria de Trump.

Con el magnate de los 'realities shows' en la antesala de la Casa Blanca, en este artículo se analizan los que parecen los principales motivos de su victoria que se resumen en económicos, culturales, el discurso antipolítica o antiestablishment, el plebiscito sobre Trump y el marco cognitivo de la campaña.

CONTRA EL LIBRE COMERCIO

La clave económica parece decisiva, los llamados “perdedores de la mundialización” son una nueva clase social que ha visto como la deslocalización de la industria y la pauperización de las condiciones laborales amenaza su estatus social de clase media. Éstos ven en la inmigración una nueva competencia desleal que trabaja lo mismo por menos de la mitad, a los que culpan de su claro retroceso de sus derechos laborales que aparejan una presión salarial a la baja. Del mismo modo, culpan a los inmigrantes de una competición directa y desleal de los servicios sociales, de los que se creen únicos merecedores por su condición de nacionales. Este hecho, se ve reflejado en los primeros resultados segmentados, donde Trump arrasa en cinturones industriales y zonas que han sufrido la huida de industrias pesadas.  ¿Existe “resentimiento social”?, podemos afirmar que sí. Que en EEUU existe una “infraclase” de trabajadores no cualificados con pocas perspectivas, afectados por la desigualdad social que han determinado que los culpables son el gobierno por no protegerlos, y los inmigrantes porque les quitan el trabajo. Para ellos, Donald Trump lanzó durante toda la campaña mensajes muy claros contra la globalización y los tratados de libre comercio, señalando sus perjuicios en la clase trabajadora norteamericana, una combinación que ha hecho que los electores lo vieran como un empresario de éxito que les devolvería sus puestos de trabajo. Para acabar esta cuestión no es menospreciable el apoyo de Trump entre algunos colectivos de inmigrantes, pero cabe señalar que la distinción electoral se debe realizar entre inmigrantes legales e ilegales. Los primeros son los que han apoyado electoralmente a Donald Trump, pudiera ser debido a que se sienten estadounidenses con plenos derechos y como tales, independientemente de su lugar de nacimiento, sienten las mismas amenazas que los nativos.

La identidad cultural no es menor en un país con un nacionalismo cultivado desde los gobiernos, la industria cinematográfica, la filosofía empresarial, las universidades.. etc. La diversidad de los EEUU es incuestionable, pero si es cierto que todos ellos comparten un relato de la patria, que tiene el origen en los padres fundadores y que finaliza con el “sueño americano”. El eje multiculturalismo vs nacionalismo es otro patrón que se ha estudiado en diversos países europeos en el que la respuesta de las instituciones supranacionales ha defraudado y lejos de ser vista como parte de la solución, se ha convertido como parte del problema. Así pues, este factor unido a un discurso basado en el miedo a la “alteridad”, a lo diferente que amenaza las esencias de la nación, en EEUU cultivado por el marco de la “guerra contra el terrorismo” o lo que es lo mismo de los valores occidentales vs los valores del islamismo radical, produce un efecto en el que el discurso de “EEUU es lo primero” tenía mimbres de ser aceptado por el norteamericano afincando en zonas rurales, algo que se ve en los resultados electorales donde Trump ha arrasado frente a Clinton.

El discurso “antiestablishment” en EEUU no es nuevo. Obama, salvando todas las distancias, ganó las primarias en el 2008 a la eterna candidata Clinton, con un mensaje que tenía factores anclados en esta idea. La saga de los Clinton, conectada con los poderes económicos y políticos de Washington, le sirvió a Obama para clamar su independencia frente a la clase dirigente. La insatisfacción con esas élites junto con el debilitamiento de las lealtades políticas tradicionales le ha servido a Donald Trump para imponerse como un candidato libre, sin ataduras, capaz de denunciar los tejemanejes de la nomenclatura estadounidense. Los continuos ataques de la prensa y de las dinastías del partido republicano, como los Bush, solo hizo que reforzar la idea de un empresario de éxito que había alcanzado el sueño americano por méritos propios, algo fundamental para llevar a cabo la revolución de los que no tienen nada más que su fe en EEUU y en lo que el país les puede proporcionar.

LA REVUELTA DEL HOMBRE BLANCO

'White man revolt', o la revuelta del hombre blanco también resulta un factor explicativo de la victoria de Trump. Debemos ser honestos y reconocer que EEUU en el 2008 estaba preparado para un presidente negro, pero no para una presidenta, algo que parece que no ha cambiado en estos 8 años. La 'White man revolt' explica  la crisis de identidad masculina que se enmarca en una visión tradicional de familia que se ha visto amenazada por la posibilidad de tener a una mujer como comandante en jefe. Trump con sus soflamas machistas ha despertado un sentimiento entre hombres y mujeres que han visto como las fronteras de los roles masculinos y femeninos se veían diluidos en la era postindustrial. Algo que ha reforzando también los escándalos de Bill Clinton, haciendo que Hillary Clinton se viera como la mujer traicionada por su marido en su rol tradicional de esposa de. Ambas cuestiones combinadas despiertan los marcos cognitivos profundos de una parte de la sociedad donde la “good wife” sigue estando presente, como son las zonas rurales y centrales de EEUU.

"Donald Trump sí, Donald Trump no", ese ha sido el eje de toda la campaña. La polarización entorno a la posibilidad de que alguien tan histriónico pudiera alcanzar la presidencia de los EEUU ha enmarcado la campaña. Clinton asistió como invitada necesaria del auge del Trumpismo. Clinton era la antítesis del candidato (perfección -histrionismo, fría –pasional, experiencia – amateur) pero sin un relato capaz de situar el eje de la campaña en la política sino en la excentricidad, donde claramente ganaba el magnate. Si los exabruptos de Trump reforzaban su mensaje de macho alfa, de protector de los estadounidenses, de líder autoritario y patriarcal, los escándalos de los emails reforzaban esa visión de Clinton vieja, de política antigua, que ya había estado en el poder y no había hecho nada por el país. Clinton como máxima autoridad de la diplomacia estadounidense tenía como preocupación el papel de los EEUU en el mundo, algo de lo que Trump ha renegado situando a los ciudadanos de los EEUU en el centro de su mensaje, obviando el papel de los EEUU como árbitro del mundo.

CAMPAÑA MEDIÁTICA

La movilización del voto pasivo, ha sabido despertar a la américa tradicionalista, nacionalista y miedosa. Estas elecciones vuelven a dar la razón a la teoría de los marcos cognitivos de George Lakoff. El autor subraya que los votantes situados en el centro no existen, porque no existe el centro político, sino los votantes biconceptuales. Éstos pueden estar de acuerdo con políticas conservadoras y progresistas en función del marco que subyazca en ellas. Para llegar a estos votantes Lakoff argumenta que no se debe moderar el mensaje político, sino hacer emerger marcos que conecten con los marcos cognitivos profundos –valores políticos- y así producir el voto deseado. En este caso, para movilizar a votantes conservadores, Donald Trump ha utilizado un mensaje profundamente tradicionalista, utilizando un lenguaje anecdótico, fácilmente reconocible por  las clases populares, huyendo de sofisticaciones, que afloraban un marco cognitivo neofundamentalista –según Todorov- de líder patriarcal, protector y autoritario. Sin embargo, Clinton no ha sabido imponer los marcos progresistas que hablan de la posibilidad de que una mujer llegara a presidenta de los EEUU, una historia que habla de igualdad entre hombres y mujeres, de integración, de orgullo de diversidad, como reza el sello de los EEUU “E pluribus unum” unidos en la diversidad.

En definitiva, Donald Trump con una campaña mediáticamente exitosa polarizada entorno a su persona, ha sabido despertar a esas clases populares que tienen miedos y aversiones. Miedo a desclasarse, miedo a la alteridad, miedo a perder su identidad genuina americana, miedo a la pobreza, aversión a Washington. Éstos han buscado a un líder carismático, pasional, vehemente, socarrón, machista, xenófobo que les diga que el futuro es suyo, porque se va a encargar de devolverles los EEUU que les pertenecen.