Trump juega al billar en Siria

Donald Trump.

Donald Trump. / periodico

RAMÓN LOBO

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Se trata de un viejo truco de magia política: disparar contra un tercero para desviar la atención y esconder problemas internos. Y Donald Trump tiene unos cuantos: el creciente runrún sobre las relaciones de miembros de su equipo con Rusia antes de las elecciones, su presunta coordinación con los servicios secretos de Putin para dañar a Hillary Clinton y una sensación de caos en una Administración que se mueve a golpe de tuit.

La pista rusa se encamina hacia una investigación parlamentaria que se ha cobrado su primera víctima: el encargado de dirigirla. El republicano Devin Nunes, presidente del comité de inteligencia de la Cámara de Representantes, ha tenido que recusarse a sí mismo ante la evidencia de que actuaba conchabado con la Casa Blanca. La pista rusa huele a Watergate, pero aún es muy pronto para saber si acabará en 'impeachment' (destitución).

El lanzamiento de 59 misiles Tomahawk (a un millón de dólares la unidad) contra una base del régimen sirio, aliado de Moscú, tiene ventajas y riesgos. Deja tres mensajes: Trump es autónomo del Kremlin, las acusaciones sobre su Putin-dependencia son una patraña liberal, un 'fake news', y tiene más capacidad de decisión que Barack Obama, que incumplió en agosto de 2012 su línea roja y dejó sin respuesta un ataque químico de Basar el Asad.

Trump no ha esperado a la ONU ni a conocer la paternidad del ataque contra Jan Sheijún, al norte de Siria, que causó esta semana 80 muertos, la mayoría civiles. Le ha bastado saber que es gas sarín. Tras seis años de guerra civil no se puede afirmar que Asad es el único que lo usa, pues muchas de sus bases han caído en manos de insurgentes, pero su lanzamiento contra los civiles es consistente con el historial y la mentalidad del régimen. Trump no ha consultado a sus aliados ni al Congreso, se limitó a avisar a Rusia poco antes para que retirara su personal de la base aérea atacada.

Después de seis años, más de 400.000 muertos, cinco millones de refugiados y más de siete millones de desplazados (en una población de 17 millones), seguimos sin tener un plan para acabar con la guerra civil. El problema de Obama era el mismo que tiene hoy Trump: quiénes son los aliados. Si se reduce la capacidad de Asad se favorece a grupos radicales como el Estado Islámico, que por entonces no era tan fuerte, el Frente de Al Nusra, sucursal de Al Qaeda o al Ejército del Islam. La diferencia es que ya nadie discute que el enemigo número uno es el ISIS, al que EEUU combate en Irak (Mosul) y cerca de Raqqa (Siria). En ambos casos con tropas especiales sobre el terreno.

CERRAR EL PASO

Los riesgos son evidentes: el ataque no soluciona los problemas de fondo. En lo único que se han puesto de acuerdo los líderes en occidentales es en cerrar el paso a los refugiados sirios, víctimas por partida doble, de Asad y de los grupos insurgentes. El riesgo para Trump es pasar del idilio a la guerra fría con Rusia, protector de Asad por razones estratégicas: necesita la base naval en Tartus. Es posible que Putin se sienta decepcionado con el hombre al que, siguiendo el relato de la pista rusa, ayudó a entrar en la Casa Blanca.

Estaba prevista la próxima semana una reunión entre el secretario de Estado de EEUU, Rex Tilerson, y Putin. Será, si no se aplaza, el primer encuentro público entre un alto cargo del equipo de Trump y el presidente ruso. Tilerson, hasta hace poco era presidente de la petrolera Exxon, es amigo de Putin. Les une una excelente relación comercial. Su misión será lamer heridas y resolver malentendidos. En política hay más teatro del que parece.

El problema de Siria es que no existe una solución a corto plazo. El régimen es el responsable de la mayoría de los muertos. Asad no puede ser la solución política, pero no hay alternativas a corto plazo. Esa fue la tesis de Trump durante la campaña electoral: Asad es lo único seguro frente a una pléyade de grupos insurgentes entre los que apenas quedan moderados. Muchos de los defensores de los derechos humanos están muertos o en el exilio. ¿Ha cambiado de idea Trump? ¿Le habrá quedado claro a Asad cuál es límite si quiere sobrevivir como opción?

El bombardeo puede marcar el tono de la presidencia. Del aislacionismo del 'America First' al 'business as usual'. En su equipo pierden fuerza el supremacista Steve Bannon y alguno de los aventureros de la derecha radical, y ganan peso generales como Herbert McMaster y James Mattis, jefe del Pentágono. Todo vuelve a ser como siempre, al menos en Oriente Próximo, y eso resta imprevisibilidad a un presidente imprevisible.