Análisis

Un tropiezo que ha de ser una oportunidad

Un banco está poco dotado para aguantar un rumor, una noticia e incluso cualquier dato que ponga en duda su reputación

JOSEP SOLER ALBERTÍ

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Hará ahora más de 20 años de nuestra primera visita a Andorra como proveedores de formación financiera. Cualquier parecido del entonces sistema bancario del país pirenaico con el actual es pura coincidencia, o aún más, es imposible. Vaya por delante pues, como ya he señalado en otras ocasiones, una especie de disclaimer: son clientes nuestros y los hemos visto evolucionar, a mejor, de una forma extraordinaria en estas dos décadas.

Disponemos de muy poca información sobre los hechos que han desembocado en la intervención -probablemente temporal, pero diligente y lógica- de Banca Privada d'Andorra (BPA) por la autoridad del sistema financiero andorrano, el INAF, y en la segunda intervención, -esta vez algo más lenta y remolona- de Banco de Madrid, su filial bancaria en España por parte del Banco de España.

Sabemos solo que hay unas denuncias, aparentemente a directivos individuales de la entidad, del FinCen, una de las potentes y exigentes maquinarias de cumplimiento normativo y de ejecución de la Administración norteamericana junto a la SEC, o el OFAC, todas ellas con muchos medios y reforzadas tras los escándalos corporativos de inicios de este siglo y de la crisis financiera en EEUU en el periodo 2007-2011.

Se trata de denuncias dirigidas en primera instancia al país de origen de la entidad y que el Gobierno andorrano se ha apresurado a tener muy en cuenta e iniciar su análisis. La intervención de la entidad responde no a una aceptación de las sospechas, ni por supuesto a una penalización a los administradores, -que gozan y han de gozar de presunción de inocencia-, sino a una medida lógica en un sector donde la materia prima, el dinero, es por naturaleza de gran propensión al miedo, diríamos incluso que al pánico. Un banco está poco dotado para aguantar un rumor, una noticia, un dato incluso, que ponga en duda, aun teóricamente, su reputación y esta intervención de la entidad es una medida preventiva y no sancionadora.

Decíamos que el sistema bancario andorrano -sus entidades, sus profesionales, el regulador- han conseguido transformarse y evolucionar espectacularmente. Y ello en sus medios, en su orientación empresarial, en su cumplimiento elevadísimo de las normas internacionales, en su expansión internacional, en su plena homologación con los sistemas financieros más eficientes, entre los cuales destaca además por su tradicional solvencia. Ayer, quienes más preocupados estaban por las noticias que se sucedían no era ni el Gobierno andorrano ni los depositantes, sino el resto de entidades que observan con preocupación cómo ese esfuerzo y ese éxito de estos años se pone en peligro.

A veces, una sacudida a tiempo puede convertirse en una oportunidad y, en este caso, para seguir progresando en el estricto cumplimiento normativo, condición necesaria para proseguir en la senda de la expansión, de la solidez patrimonial y profesional, y de la preciada -en banca- reputación y confianza. Esperemos que este sea tan solo un incidente de esta naturaleza.