Tremenda alcaldesa

XAVIER Bru de Sala

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Ada Colau se hizo famosa gracias a su extraordinaria habilidad para llegar al corazón de la gente -de la gente que lo tiene- a base de unos muy acertados gestos a favor de las víctimas de la avidez bancaria franco-germánica y sus acólitos desreguladores del Banco de España. Esos gestos, acompañados por unas tan contundentes como escasas palabras, la catapultaron hasta la alcaldía de Barcelona.

Dicen que el poder cambia las personas. Pues bien, la flamígera alcaldesa de Barcelona no ha cambiado. Continúa prefiriendo los gestos y los prefiere, en una se diría que estudiada combinación de humildes y grandilocuentes, a la menos entretenida pero también necesaria tarea de gobernar. Colau es una defensora de la gente. Más que la patrona de Valencia, su gran prioridad es proteger a los desamparados. Se agradece. Lo de predicar con el ejemplo, con el intento de bajarse el sueldo, los ascos al coche oficial o al palco del Liceo es increíble. ¡Tremenda Colau! Se agradece aún más, la decisión que, según rumores que todo el mundo da por certificados, habría cortado, y de manera fulminante, el abundante suministro encubierto a algún medio que siempre lo había recibido de las arcas municipales. Con rumores como este, la gente chala de lo lindo. Incluso la de derechas más envidiosa y vengativa.

Dentro de la política de gestos destaca, como otra cara de la misma moneda, una nada disimulada animadversión a los ricos y los poderosos. Empezando por los turistas de hoteles de muchas estrellas, los cuales dispondrán en el futuro de menos plazas de las previstas para admirar Barcelona y dejar una buen rastro de cuartos, gracias a la moratoria general que no los ha exceptuado aunque se comporten como rollizos angelitos. También las ha emprendido, la tremenda Colau, contra los poseedores de yates de lujo del Port Vell, que pretende exponer a las miradas del público, como las fieras del Zoo, si consigue como se propone cargarse la barrera visual, protectora de las miradas, siempre tan molestas, del vulgus, también llamado populacho.Traca final, por ahora: desentronización simbólica del anterior monarca, con imágenes oficiales y sonrisas de ujieres incluidas. Insistamos, eso, el común, más que agradecerlo lo aplaude con el alma, y con mayor entusiasmo si los monárquicos son lo bastante ingenuos como para mostrar su irritación. Aún no cumple los los 100 días, y Colau se gana a la gente por goleada.

Ahora bien, que en medio de tanta fiesta, y en contraste, la CUP no se quede sola en su afán por denunciar la ineficacia de las medidas sociales, debería preocupar un poco. Los emperadores romanos, además de circo, repartían pan. Mucho pan. Mucho más incluso del preciso para hartar a la multitud que se abonaba.