El Tratado de libre comercio y la excepción cultural francesa
Eva Peña
Miembro del grupo de investigación EuGov de la UAB. Licenciada en Traducción y Interpretación. Diplomatura y Máster en Relaciones Internacionales y Integración Europea. Doctoranda. Es vicepresidenta de la plataforma europeísta More Europe.
EVA PEÑA
Las negociaciones del nuevo Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y la UE se lanzan en Washington, en un preocupante clima de sumisión europea, como ha revelado la gestión del caso Snowden. La carga política del acuerdo es mucha, y los antecedentes extensos.
En el lado europeo, Francia encabeza un grupo de 13 estados miembros que desean excluir al sector audiovisual del acuerdo, acogiéndose a la excepción cultural, que permite la intervención pública en defensa del patrimonio y las artes locales, punto que amparaba la ronda de Doha, y que ha avalado el Parlamento Europeo, alegando la defensa de los valores europeos, mientras que no se descarta que Estados Unidos reclame excluir la contratación pública, blindada por la Jones Act to Public Procurement y otras leyes proteccionistas.
El choque “cultural” se evidencia con crudeza en la concepción de los bienes culturales. La posición norteamericana es tajante, pero más preocupante es que la UE no logre la unanimidad de los veintiocho, o una posición menos tibia de Alemania, por ejemplo. A pesar de algunas sorprendentes reticencias, las instituciones europeas no cederán para que cineastas y escritores puedan crear en plena libertad, en su propio idioma, con la universalidad que otorga la particularidad, protegida de los cauces del mercado.
Otros puntos espinosos son los servicios financieros, la agricultura transgénica y la protección de datos. Si se atiende a la lista de excepciones, y a las reacciones políticas que despiertan el TLC va a quedar muy lejos de ser ese gran motor transatlántico para el crecimiento y la creación de empleo.
Aunque Estados Unidos y la UE juntos suman más del 47% del PIB mundial (datos de 2010), sus relaciones económicas y comerciales distan mucho de ser idílicas. Europa tiende a la apertura, siendo el área económica más abierta del mundo, mientras que Estados Unidos no cesa de aprobar leyes proteccionistas y aranceles en sectores como el textil y el agrícola, a pesar de que ya en 1995 Clinton propiciara los acuerdos de reconocimiento mutuo, y Obama haya manifestado su voluntad de cerrar el acuerdo, posiblemente buscando un contrapeso al crecimiento asiático (el FMI vaticina que China será la mayor economía global en 2016).
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