Geometría variable

Tras el pacto de Tarragona

JOAN TAPIA

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El pacto de Tarragona firmado entre Artur Mas y Pere Navarro no es un incidente menor de la legislatura. CiU y PSC se unen para dar viabilidad parlamentaria al proyecto BCN World (nombre absurdo y horrible), un importante complejo turístico, bastante centrado en el juego, que puede comportar una gran inversión y la creación de puestos de empleo en la costa tarraconense. La contrapartida es la rebaja de la tasa sobre el juego (no el impuesto de sociedades, que no se altera) del 40% al 10% y una adaptación de las normas urbanísticas.

Las críticas son fáciles. Los casinos no son populares y suelen ser asociados con negocios sucios. Y la adaptación urbanística ha permitido que se cometieran barbaridades. Pero Cannes y Niza siguen siendo -pese a los casinos- la Costa Azul. Por otra parte, es cierto -Miquel Puig lo demuestra en un reciente y brillante libro- que lo inteligente es apostar más por la industria. Lo que sucede es que finalmente la actividad  económica no la deciden criterios políticos, sino los empresarios (de cualquier sector y nacionalidad) que invierten y arriesgan. Aunque en este caso Enrique Bañuelos no es un empresario demasiado fiable y no es seguro que la inversión llegue a buen puerto.

Si Catalunya tuviera una economía en crecimiento y una tasa de paro del 6,5% (como en diciembre del 2007) y no una tasa del 22,3% (820.000 parados sobre 7,5 millones de habitantes) con seis largos años de crisis a cuestas, habría razones para tener sólidos reparos. Pero hoy ningún gobierno sensato puede despreciar una inversión que genere riqueza y puestos de trabajo (Madrid había ofrecido a Sheldon Adelson bajar la tasa de juego no al 10% como aquí, sino al 1%). Por eso Mas y el conseller Andreu Mas-Colell ponen una vela a Veremonte (pese a Bañuelos) y el alcalde socialista de Tarragona, José Felix Ballesteros, ha luchado para que el PSC -al que el Gobierno de Mas ningunea con ardor- no ponga palos en la rueda de un proyecto que, si sale, será positivo para su ciudad.

La política del 'surfing'

El pacto de Tarragona demuestra que el president puede fantasear -en alianza con ERC- sobre una Catalunya independiente y apostar por un referendo que sea el pasaporte a un futuro brillante que nos haría más libres y más ricos. Pero, a la hora de la verdad, cuando hay que operar sobre el terreno y tocar barro, debe recurrir al otro partido de gobierno, el PSC, porque sus socios del «proyecto nacional» prefieren reposar en el olimpo de las ideas. Y es que gobernar exige elegir (o sea, renunciar) y sentido práctico. La apuesta de gobierno de Mas ha sido hasta ahora la del surfing entre la alianza con el PP (para tomar el poder en el 2011), la ola independentista como respuesta a la mayoría absoluta de Mariano Rajoy y el acercamiento al PSC (si no hay otro remedio) para decisiones comprometidas.

Por su parte, Navarro se enfrenta al peor momento del PSC -fin con poca gloria del tripartito y fracaso de José Luis Rodríguez Zapatero (sentencia del Estatut y crisis)-, pero ha mantenido las señas de identidad (el PSC nunca fue soberanista) y ha demostrado que sabe pactar pese a estar en la oposición. Aunque le falta el punch de Mas para golpear. El sábado, sin embargo, vio cómo las primarias de Barcelona (tampoco ningún milagro) sí mostraron la simpatía de cierta sociedad civil. Ahí están los 5.200 votos (sobre 7.400) de no militantes. Y que pese a lo que pregona la agitprop nacionalista (y el bueno de Quim Nadal), su apuesta federal no tiene gran contestación interna, ya que el candidato proclive al soberanismo solo llegó en tercera posición, tras Jaume Collboni (una centralidad con acento propio) y Carmen Andrés, la candidata de los antiguos «barrios obreros».