Tormenta seca

La tentación de hablar de tormenta seca en términos políticos es enorme. Quizá no tendremos lluvias torrenciales y aguaceros catastróficos, pero es probable que los rayos estallen

Una avioneta descarga agua sobre Pedrograo Grande, una de la zonas afectadas por el gran incendio que azota a Portugal.

Una avioneta descarga agua sobre Pedrograo Grande, una de la zonas afectadas por el gran incendio que azota a Portugal. / periodico

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Por desgracia, estos días hablamos mucho de las tormentas secas. El pavoroso incendio de Portugal parece que empezó con este desorden meteorológico que se da porque la lluvia se evapora antes de llegar al suelo, engullida por una masa de aire cálido que anula la humedad necesaria. En cambio, el aparato eléctrico, poderoso, se exhibe en toda su magnitud. Hay descargas de rayos sin precipitación y este tipo de interrupción del orden natural –si es que podemos hablar así– crea una especie de contradicción en los términos habituales de la tormenta. Se nos aparece como una forma de oxímoron: la tormenta seca. Tenemos un ejemplo precioso e inquietante a la vez. Es el cuadro 'La tormenta', de Giorgione, que está en la Galleria della Accademia veneciana. No entraremos a fondo, ahora, pero mírenlo cuando puedan. El cielo es gris, oscurecido de repente, con un relámpago amenazante en la lejanía. En primer plano, una mujer con un bebé y un hombre, a poca distancia una del otro, pero separados por lo que algunos ven como un socavón insalvable. Apacibles, pero a la vez conmocionados por una fuerza extraña, aquella tormenta que se acerca sin agua.

La tentación de hablar de tormenta seca en términos políticos es enorme. Quizá no tendremos lluvias torrenciales y aguaceros catastróficos, pero es probable que los rayos estallen –el espectáculo luminotécnico, el resplandor del relámpago– en esta tierra tan cálida y con tan poca humedad ambiental