Tormenta casi perfecta a la espera del sol

La CUP será el gran árbitro de la política catalana desde hoy.

La CUP será el gran árbitro de la política catalana desde hoy.

ALBERT SÁEZ

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Los resultados de las elecciones de este domingo en Catalunya han desmontado algunos de los presupuestos con que se convocaron y muchos de los mitos y leyendas de la política catalana en los últimos 38 años. Vayamos por partes como dirían los Estopa. Artur Mas convocó estas elecciones para convertirlas en un plebiscito sobre la independencia. Esa batalla la ganó pero el resultado no es suficientemente nítido para acelerar mucho el paso. Tampoco suficientemente malo para frenar en seco. Esa es una obviedad que en sus primeras declaraciones no tuvo en cuenta. Con el 47,8 % de los votos no va a conseguir que la comunidad internacional presione a Rajoy o al próximo presidente del Gobierno español. Se lo tendrá que ganar y en la última semana de campaña ya ha visto con que fuerzas cuenta en ese campo de juego. Lo primero que tendrá que conseguir es seguir siendo presidente de la Generalitat. Y aquí las cosas se le han vuelto a complicar como en el 2012. Prácticamente la única posibilidad que tiene es conseguir el apoyo de la CUP. No le vale una abstención. Los electores han decidido que las cosas no sean fáciles Junts pel Sí. O sacrifican a Mas -su candidato que no fue cabeza de lista- o sacrifican su programa porque con ningún otro socio pueden activar la hoja de ruta que han planteado. Todo o nada. Les será muy difícil salvar a Mas y a la Declaración Unilateral de Independencia (DUI) si depende de Antonio Baños que ha triplicado sus diputados. La tormenta ha descargado casi toda la tensión pero deja muchas nubes.

Con todo, el gran mito de la política catalana desde la transición saltó ayer por los aires. La  participación fue histórica, del 77%, y las fuerzas que antaño se consideraban nacionalistas -ahora soberanistas- consolidaron la victoria. Dejaron solo dos  escaños en la embestida. De manera que los nuevos votantes se comportaron como los de toda la vida en el 80% de los casos. Para quienes durante años justificaron sus derrotas en base a este supuesto, desde el domingo han de hacer acto de contricción porque tendrían que haber hecho algo para ganar votos en lugar de limitarse a quejarse.

A quienes en los últimos tres años han defendido los atajos -la independencia exprés o el inmovilismo- los electores les han mandado un claro mensaje. La sociedad catalana es compleja y, en consecuencia, complejas deben ser las soluciones políticas que les propongan. El punto de encuentro sigue siendo el mismo que han indicado las encuestas en los últimos años: una consulta con unas reglas claras del juego. Eso sí que tendría una mayoría significativa en el nuevo Parlamento, por encima de los 80 diputados. Y por encima de los 90 si llegara a ser pactada con un Gobierno de España que no tuviera a Rajoy de presidente. Pero para ello, unos y otros deberían jugar bien sus cartas. El bloque favorable a la independencia sabe desde el domingo que resiste una alta participación y una campaña en toda regla mostrando los males de la DUI. Por lo tanto, puede y debe esperar la oportunidad de hacer un debate sobre la independencia en el que solo puede que ganar apoyos. Los contrarios a la independencia saben ahora que el suflé no se deshará con el simple paso del tiempo y una alta participación. Falta una oferta.