La clave

Todo se vuelve tan pequeño...

Catástrofes naturales, atentados terroristas y tragedias aéreas como la de este martes nos abofetean la conciencia para inculcarnos que todo es efímero

ENRIC HERNÀNDEZ

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La fatalidad suele sorprendernos enfrascados en nuestras cuitas, menudencias que se nos antojan de vida o muerte hasta que en verdad llega la muerte para sacarnos de nuestro error. Las catástrofes naturales, los atentados terroristas y tragedias aéreas como la de este martes nos abofetean la conciencia para inculcarnos que todo es efímero, que la vida es apenas un segundo, que no hay un segundo que perder. De golpe, todo lo nuestro se vuelve tan pequeño, tan intrascendente...

Al conocer el siniestro del vuelo GW9525 de Germanwings que despegó de Barcelona y jamás llegó a Dusseldorf, quien más quien menos se ha preguntado si alguien de su entorno tenía previsto volar a Alemania. Por cierto, ¿qué habrá sido de aquel viejo amigo de la universidad? ¿La empresa para la que trabajaba era alemana o suiza? ¿Iría en el avión estrellado? Imposible saberlo: hace demasiados años que, el uno por el otro, perdimos todo contacto. Cuando pase todo esto le llamo, sin falta.

Caen las horas y nos cuentan que alguien a quien conocemos ha perdido a su mujer en el accidente, que ejecutivos de tal o cual empresa figuraban entre el pasaje, que unos estudiantes alemanes perecieron y que otros salvaron la vida al no poder embarcar porque se habían olvidado la documentación... El ser o el dejar de ser, en manos del azar.

El impacto emocional de esta desgracia nos acompañará aún unos cuantos días. Lloraremos con lágrimas ajenas al escuchar a las familias de las víctimas relatando sus vivencias. Nos preguntaremos qué falló, si hubo culpables, si se pudo evitar. Todo lo que sea menester para racionalizar el horror, para disipar incógnitas, para concluir que nada sucede porque sí, que hay causas tras cada consecuencia. Hasta que, fingiendo haber puesto orden en el caos del destino, podamos pasar página y seguir a lo nuestro.

Instantes de felicidad

Lo que no haremos es revisar nuestras prioridades. Esas preocupaciones banales y esas jornadas de trabajo infernales que nos privan de besos, sonrisas infantiles y demás instantes de felicidad. Pequeñas cosas, efímeras pero a la vez eternas, que solo valoramos cuando otros las pierden para siempre.