Todo por la herencia

Vamos, Macbeth, tienes que hacerlo. Para ti tienen que ser el honor, el poder y las riquezas. Tienes el valor y me tienes a mí, tu esposa fiel, la que nunca te fallará. Tu ambición es la de Escocia. Solo tú puedes guiar al pueblo. Y eso tiene un precio. No puedes ignorar la responsabilidad que también tienes con los tuyos. La familia... Nada puede faltarle a la familia. Tus hijos tienen que heredar esta tierra. Deben recoger sus frutos. No temas. Haces lo correcto.

Tú has traído la prosperidad a este rincón del mundo, después de tanto sacrificio, justo es que la sangre de tu sangre ocupe el lugar que le corresponde. Nada tiene que preocuparte. Tu grandeza resulta indiscutible. Nadie osará poner en duda tu nobleza. Siempre has sabido rodearte de los más fieles servidores. En todos los rincones del reino es venerada tu figura. Los traidores que se atreven a arrojar sombras sobre tu legado son acallados o burlados o desterrados.

Tu gloria es indiscutible. Ahora, también tienes que proteger a tus hijos, como tu padre te resguardó a ti. Ellos no pueden permanecer al margen. Tienen que ser respetados y es lógico que se beneficien del trabajo de su progenitor. ¿Acaso no está en la propia esencia humana el instinto de protección? No es avaricia, es justicia. Escocia eres tú.

Y cuando todo esto acabe, cuando ya tu destino se haya cumplido, cuando la vejez se presente con la serenidad propia de las aguas de una laguna, cuando nuestras vidas sean un oasis de paz, nos marcharemos de vacaciones. Suiza. Liechtenstein. ¿Tal vez Andorra?