«Si todo se piensa desde arriba, no habrá cambio»

De los 3 a los 17 años, Elisabet Puigdollers fue a una escuela para niñas del Opus. De allí salió atea, feminista y anticapitalista

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GEMMA TRAMULLAS

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Durante 14 años estuvo escolarizada en el Col.legi La Vall de Bellaterra, un centro para niñas vinculado al Opus Dei al que iba y venía desde Cardedeu. Salió de allí con una nota de bachillerato de 9,2 y un espíritu crítico nivel matrícula de honor. Precisamente hoy se estrena en su nuevo trabajo en el Consell Nacional de la Joventut.

-No parece usted el prototipo de exalumna de una escuela del Opus...  Este es el típico comentario que se hace desde fuera porque todo el mundo se imagina las escuelas del Opus como una fábrica de donde todo el mundo sale igual.

-¿Y no es así? Muchas chicas siguen con la ideología del centro, pero la mayoría tiene otro discurso, aunque quizá no tan crítico como el mío.

-¿Cuándo se dio cuenta de que el mensaje de la escuela no le cuadraba? Ya en la ESO había cosas que no coincidían con lo que yo veía en casa y en el esplai, donde aprendí a tener opinión propia. Pero el punto de inflexión fue en Bachillerato. Yo era una alumna ejemplar; sacaba buenas notas, era obediente, y me presionaron mucho.

-¿Cómo se concretaba esa presión? Viví escenas propias de la posguerra, como que me preguntasen si hacía cosas a oscuras con mi novio. Te dicen que hay que llegar virgen al matrimonio, que la homosexualidad y el aborto son pecado... ¡Hay cosas que van contra los derechos humanos! Y si alguien hubiera dicho que era proaborto estaría suspendida, sin dar opción al debate. Esto no es educación, es adoctrinamiento.

-¿Por qué fue a esta escuela si su familia no compartía esos valores? Tienen pasión por la educación y el nivel es alto, pero es un sistema opaco. Además, no todas la chicas reciben tanta presión.

-Estos centros justifican la separación por sexos porque mejora los resultados académicos y empodera a las mujeres. Lo que marca la diferencia en la educación es la clase social. ¿Y cómo vas a crear empoderamiento si no planteas las desigualdades entre hombres y mujeres? Sencillamente, son colegios para niñas de clase alta. El problema es que financiamos públicamente una ideología y la escuela debería ser pública y neutral.

-¿Le sirve algo de lo que le enseñaron? Yo no llevaría a mis hijos, pero hay toda una formación de cuidarse unas a otras, de fer pinya y de compromiso que es positiva.

-¿Cómo acabó militando en el feminismo? A los 18 años entré en el colectivo aDona't de Cardedeu. El feminismo me tocó la identidad, me ayudó a saber quién soy. No es un proceso bonito porque el feminismo es una lucha de poder e implica conflictos y rupturas en todas las esferas de la vida. Pero tiene sus compensaciones, te sientes más plena y libre. No sé si mis compañeras que se han quedado con la lógica de la escuela son igual de felices y libres, quizá sí.

-Su espíritu crítico va más allá del Opus. Estudié Políticas, pero la universidad es una entidad supermasculinizada donde se hacen reflexiones destinadas a una élite. Dejé la carrera y me puse a escribir artículos por mi cuenta. Quería explicar esas teorías para que la gente las entendiera y pudiera opinar sobre ellas. Si todo se piensa desde arriba, no habrá cambio; si quieres cambiar algo, hay que bajar a la calle.

-Hasta hoy trabajaba en el Raval. Pasé dos años trabajando gratis diez horas al día hasta que entré en el Servei Civil Internacional. Allí buscamos a jóvenes con ganas de dar su opinión y cambiar las cosas. Ellos mismos idearon la campaña #Ravalució, que rompe estereotipos sobre los jóvenes del barrio. Tienen que ser las mismas personas a quienes se les vulneran los derechos las que provoquen el cambio.