La rueda

¿Y si todo fuera un gran engaño?

SAÜL GORDILLO

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La confianza entre los líderes de los partidos catalanes que querían la consulta se ha roto, y de qué manera. Artur Mas les ha dejado tan descolocados como cuando pactó en secreto en La Moncloa con Zapatero la rebaja del Estatut. El entonces jefe de la oposición liquidó políticamente a Pasqual Maragall, ninguneó a su socio Josep Antoni Duran Lleida y acentuó la crisis de relaciones con los republicanos Josep Lluís Carod-Rovira y Joan Puigcercós. El menosprecio a Joan Saura formaba parte de la tónica.

Parecía que el hoy president había aprendido la lección. La política requería de más pacto, menos secretos de despacho y más lealtad con las fuerzas catalanas. Pero la ruptura unilateral de la unidad del 9-N nos traslada nuevamente a aquellos tiempos locos del Estatut cepillado, con la diferencia que la ciudadanía muestra ilusión con el 9-N y la presión de la calle es superior al ambiente de entonces.

La rapidez con que Mas resolvió en solitario el sucedáneo de consulta y el lanzamiento mediático previo  -la pomposidad de la firma del decreto- ha provocado todo tipo de sospechas. Hay malpensados que a la imagen patriótica del president ya le empiezan a detectar aspectos borrosos. Negarse a convocar elecciones antes del 9-N, como le pidieron la ANC y Òmnium, y lanzar mensajes pactistas con el Estado pese a los registros policiales e imputaciones a la familia Pujol han disparado alguna alerta. La semana pasada, el ministro Margallo cogió el guante del PSOE de reformar la Constitución el mismo día que los consellers Vila y Mas-Colell relativizaban la independencia, en el caso del primero, y la supeditaban a una reforma constitucional y negociación con el Estado, el segundo. ¿Creen en las casualidades?