Con Yulia vuelve el pasado

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ROSA MASSAGUÉ

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 La rápida puesta en libertad el sábado de Yulia Timoshenko ha dado a la revolución ucraniana un rostro conocido del que carecía como resultado de una oposición tripartita. Pero, ¿es el rostro que el cambio necesita? La respuesta es 'no'.

Su aparición el sábado en silla de ruedas en el Maidan, tras salir del hospital donde cumplía condena fue recibida con respeto, pero no tardaron en oirse voces muy críticas con la mujer que ha presidido el Gobierno en dos ocasiones y que aspira a seguir en la política optando ahora a la presidencia.

Timoshenko encabezó la 'revolución naranja' del 2004 con Victor Yuschenko. Ambos defraudaron a quienes les habían aupado al poder resistiendo, entonces como ahora, el frío y la nieve en la emblemática plaza de Kiev.

Los manifestantes que han desafiado ahora durante semanas al régimen de Victor Yanukóvich no quieren volver al pasado, por reciente que este sea. La principal objección al retorno de Timoshenko al primer plano es la de de que pertenece precisamente a aquel pasado protagonizado por una generación de políticos corruptos.

La líder del partido de oposición Patria entró en política en 1996, cuando ya era conocida como 'la princesa del gas' por sus multimillonarios negocios en aquel sector. En 1989, junto a su marido y su suegro y con la ayuda de un crédito abrió un negocio de alquiler de videos. Dos años más tarde ya estaba en el negocio del gas acumulando una riqueza que la situaba a la altura de cualquier oligarca. En muy poco tiempo su empresa de importación de gas ruso se convirtió en la primera del país.

Muchos en Ucrania son los que creen que Timoshenko entró en política no tanto por un deseo de servicio público, sino por disponer de inmunidad parlamentaria porque ya se vislumbraban en el horizonte diversos casos de corrupción y fraude en los que aparecía como protagonista junto a su marido.

Las sospechas que pesaban sobre ella no impidieron que en 1999 fuera nombrada precisamente ministra de Petrólo y Energía en un Gobierno presidido por Yuschenko. Ocupando aquella cartera fue detenida una primera vez en el 2000 junto al marido. Lo sería una segunda en el 2001 acusada de falsificación de documentos y contrabando de gas.

Pese a estos tropiezos  y a la rapidez con que acumuló su fortuna, Timoshenko era en aquellos años la persona en la que Occidente y en particular EEUU habían depositado sus esperanzas para el futuro democrático de Ucrania.

Siempre se evitó calificar de oligarca a la 'princesa del gas' que era promocionada en foros internacionales promovidos, por ejemplo, por instituciones próximas al especulador financiero George Soros. En aquellos foros se movía con inseguridad.

Todavía no había aparecido la Timoshenko capaz de encender a la gente con su lengua afilada y su discurso populista, ni se había forjado la imagen de mujer del pueblo ucraniano con su célebre trenza alrededor de la cabeza. Ella y su hija, entonces estudiante en la London School of Economics, todavía se paseaban con impresionantes abrigos de marta cibelina, largos hasta los pies.

Tras un primer paso de siete meses escasos por la presidencia del Gobierno, en el 2005, como la heroína de la 'revolución naranja', volvió a él en el 2007 siempre con el otro líder de la revuelta, con Yuschenko como Jefe del Estado. Sin embargo, su relación derivó en un enfrentamiento que paralizó la acción de gobierno en un momento en que Ucrania necesitaba urgentemente la construcción de un Estado de Derecho.

Derrotada en las presidenciales del 2010 por el ahora presidente huído Yanukóvich, Timoshenko fue acusada de abuso de poder y fraude por un contrato de compra de gas ruso y condenada a siete años de cárcel y prohibición de ejercer cargos públicos. Era la venganza de su contrincante que conseguía así apartarla de la escena pública.

Ciertamente, Timoshenko pertenece a una generación que ha resultado estéril en la modernización política y económica de Ucrania, más allá de que es una generación corrupta (basta ver la mansión versallesca de Yanukóvich). Por ello, el retorno de la 'princesa del gas' al primer plano no es lo mejor que le puede pasar a aquel país.