La guerra del Donbás

¿Tiene Putin una estrategia?

El curso del conflicto de Ucrania obliga a preguntarse si el Kremlin ha entrado en una fase de improvisación

¿Tiene Putin una estrategia?_MEDIA_1

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CARMEN CLAUDÍN Y NICOLÁS DE PEDRO

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Vladimir Putin domina el futuro de Ucrania pero ha perdido a los ucranianos para siempre. Esta paradoja va a dificultar por mucho tiempo la consecución de una paz duradera entre Rusia y Ucrania. Putin puede, pues, estar relativamente tranquilo, pero no plenamente satisfecho. El presidente ruso parece albergar aún la expectativa de un giro interno en Ucrania que le permita tener de nuevo un Gobierno en Kiev favorable a los intereses del Kremlin. De momento, con la guerra en el Donbás Putin debe conformarse con objetivos en negativo: impedir que Kiev lleve a cabo las reformas estructurales que Ucrania necesita perentoriamente -aquí cuenta con el respaldo implícito de las viejas estructuras oligárquicas del país-; impedir un acercamiento de Kiev a la UE o la OTAN, bloqueado por largo tiempo. Pero con ello su objetivo estratégico hasta hace poco -la incorporación de Ucrania a la Unión Eurasiática- también queda irremediablemente tocado.

Los objetivos del Kremlin van mucho más allá de Ucrania. Lo que exige Moscú de Occidente es un reconocimiento explícito de un área de influencia exclusiva. Es decir, el derecho de Moscú a ejercer una tutela permanente sobre el porvenir de las repúblicas exsoviéticas, excluyendo -hasta cierto punto- a los bálticos. Pero aquí también es muy difícil llegar a un acuerdo sostenible. ¿Cómo podría Europa reconocer un derecho de injerencia de Moscú en Ucrania, Kazajistán, Bielorrusia o Uzbekistán? Si Astaná decide un día abandonar el proyecto eurasiático, ¿debe Europa reconocer el derecho de Rusia a intervenir en Kazajistán como insinuó Putin el pasado verano? ¿Quién en Europa aceptaría que la UE hiciera algo parecido con sus vecinos del Este o del Sur del Mediterráneo? El movimiento popular del Maidán irritó tanto a Lukashenko o Nazarbáyev como al propio Putin, pero la intervención rusa en Ucrania los alarmó más aún. De ahí su resistencia a desarrollar la Unión Eurasiática. El Kremlin ha colocado fuertes palos en sus propias ruedas. Cabe preguntarse pues si Putin tiene una verdadera estrategia en Ucrania o si, por el contrario, ha entrado en una dinámica de improvisación.

La frágil economía rusa presenta pésimas perspectivas: en el 2014 se produjo una fuga récord de capitales (más de 150.000 millones de dólares), el clima creado por el Kremlin y las sanciones occidentales no invitan en absoluto a la llegada de inversión extranjera significativa. Para el 2015 se espera una bajada del PIB de al menos el 5%; y la inflación puede alcanzar un 20%, dificultando aún más el consumo de los ciudadanos rusos. Si el precio del petróleo se mantiene a la baja, el Kremlin deberá hacer malabarismos para cuadrar su presupuesto. Sin hablar de los 500.000 millones de dólares previstos para renovar su armamento para hacer frente a la supuestamente inminente amenaza de la OTAN que solo percibe el Kremlin. Las sanciones euroatlánticas se mantendrán probablemente pese a los esfuerzos rusos por quebrar la unidad europea, construida sobre profundas divisiones. Pero también las contramedidas rusas sobre importación de alimentos son paradójicamente las que más golpean a los ciudadanos rusos. La falta de medidas gubernamentales para paliar sus efectos es un perfecto reflejo del sistema de gobernanza impulsado por el putinismo. No hace falta ser ingeniero agrónomo para entender que la producción agrícola no puede improvisarse. Que requiere una planificación integral, inversiones e incentivos.

La respuesta del Kremlin a estos dilemas es un giro hacia Oriente, una iniciativa con indudables potencialidades. Pero de nuevo cabe preguntarse por la capacidad de planificación estratégica y las bazas con que cuenta Rusia. No es un giro que pueda improvisarse y el Kremlin, aparte de ofrecer energía y un gran mercado, no parece tener instrumentos de peso. En su relación con China, a diferencia de lo que sucede con Europa, Rusia es el socio júnior, el que debe aceptar los límites impuestos por la otra parte. Pekín comparte algunos de los posicionamientos de Moscú, pero no aceptará dictados. Lo lleva dejando claro desde hace más de una década en Asia Central, donde el ascenso de China parece imparable.

Putin es muy popular, pero su estructura de poder, con el partido presidencial Rusia Unida a la cabeza, no. La sobrerreacción del Kremlin ante cualquier crítica interna demuestra que es perfectamente consciente de esta situación, magníficamente reflejada por el filme Leviatán, del ruso Andréi Zviáguintsev, que describe un universo de corrupción endémica, nepotismo, impunidad e injusticia. Ahora el asesinato de Borís Nemtsov ha actuado como crudo recordatorio de la propuesta del putinismo para la sociedad rusa, que una amiga de Moscú describe como marasmo y oscurantismo.